De mi época universitaria recuerdo el tostón que suponía aguantar no ya a los escritores sino a sus críticos. Leíamos tanta crítica literaria que no me daba tiempo a saborear las obras originales. Llegué incluso a desengancharme de la lectura como diversión.
Hubo un profesor de la carrera, uno solo, que me enseñó a amar el cine y el teatro en relación con los libros. Era un oasis. Ya no recuerdo la letra, pero no he olvidado la música de su asignatura.
Con los años, la lectura de un libro de cuentos o una novela me ha evocado una determinada canción o el fragmento de una película. Y lo he utilizado en mis críticas literarias, escritas con más empeño que sabiduría. Algunas de las más leídas del 2012 han sido El anticristo, Pequeños detalles y Canalla sentimental. También brillaron El cruel adiós y Enredados.
La literatura se enriquece de otras indisciplinas artísticas. A día de hoy, les digo a mis profesores de entonces: un libro que no se escribe desde la emoción no merece la pena leerlo, y una crítica que no transmite emociones, además de conocimientos, no merece la pena escribirla.