lunes, 23 de diciembre de 2019
FELIZ NAVIDAD
Quim Monzó define la Navidad como «ese día glorioso en el que las familias se reúnen alrededor de una mesa para recordar las razones por las que el resto del año apenas se dicen nada». Precisamente porque la incomunicación campa a sus anchas en nuestra sociedad, deberíamos buscar afinidades con quienes, aparentemente, tenemos poco en común. Al fin y al cabo, todos viajamos en el mismo tren. Es eso o entregarse a la bebida. Feliz Navidad, amig@s. Gracias, Mónica, por la extraordinaria postal.
jueves, 12 de diciembre de 2019
JAKE BLUES ATACA DE NUEVO
Mi
hijo llevaba meses intentando que le diéramos una oportunidad a una vieja
película llamada Granujas a todo ritmo
(John Landis, 1980). A raíz de la lectura de Peón blanco, dama negra (Ediciones Cívicas), decidí que no podía posponerlo
más. Con toda sinceridad, creo que nunca he visto algo tan surrealista en toda
mi vida. Jake y Elwood —los Blues Brothers— son el par de gamberros más
encantadores del cine y nos hacen reír al ritmo de una banda sonora trepidante.
Pedro de Andrés rinde homenaje
a esta comedia clásica desde las primeras líneas de Peón blanco, dama negra. De hecho, su personaje principal lleva
tatuado en los nudillos el nombre de Jake. Sin embargo, nos hallamos ante una
novela futurista ambientada en Nueva York con ecos de títulos como Blade
Runner, Matrix y la saga literaria de Rosa Montero dedicada a la detective
Bruna Husky. La simbiosis entre lo antiguo y lo moderno rompe esquemas igual
que lo hiciera el Puente Colgante de Portugalete cuando se inauguró en 1893.
Nuestro Jake Blues es un drogadicto
que mata el tiempo en el Under, un garito de mala muerte. Dawn (amanecer en
inglés) aparece así descrita: «una diosa de ébano que se abría paso como un
rompehielos entre la gente». Tras una espectacular persecución de la policía, se
refugian en La Hermandad del Templo Blanco. Su líder lo necesita para salvar el
mundo.
Como buena obra de ciencia
ficción, los avances tecnológicos salpican la trama. No hablo de coches
voladores, sino del implante neuronal o placa en la sien que sustituye a los
obsoletos móviles. Da vértigo pensar en un teléfono incorporado a nuestro
cuerpo o incluso en trascender la muerte mediante la transferencia de nuestra
conciencia a un robot. No se trata de los desvaríos de un loco. Existe un
movimiento cultural e intelectual llamado transhumanismo que tiene por objetivo
transformar la condición humana mediante el uso de tecnologías.
El lenguaje narrativo brilla
por su precisión y calidad poética. Pedro de Andrés describe un disparo como un
trueno que restalla en el callejón, habla de la esclerótica para referirse al
blanco de los ojos o hace que un policía se coloque a horcajadas sobre su
víctima en lugar de encima. Los diálogos, en cambio, reproducen un habla
popular rica en frases hechas y tacos. Los capítulos cortos en que se divide la
novela, sobre todo en la segunda y tercera parte, resultan felizmente adictivos.
La ciencia ficción sirve a
menudo para hablar de realidades incómodas que preocupan en la actualidad. Los
últimos brotes de radicalismo en España reciben una lección apabullante de
mestizaje: «… hay que ser demasiado estúpido para no entender que la mezcla
mejora las especies. El racismo es un atraso, un atavismo que obstaculiza el perfeccionamiento
de la evolución».
No me entusiasma el transhumanismo. Sin embargo, he sentido mía la angustia existencial de Jake, la tensión sexual con Dawn y la libertad del mundo onírico. Peón blanco, dama negra consolida a Pedro de Andrés como un narrador independiente que sabe introducir un mensaje de esperanza en los sueños de sus lectores.
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