Me llamo Angelita García. Tengo 69 años, soy de Alicante y estoy viuda
desde hace una década.
Verá, yo no creía en usted hasta que empezaron con todo eso del
Halloween. Antes, cuando era niña, yo soñaba con los Reyes Magos. Luego me
enteré de que detrás del asunto estaban los padres y me pillé un cabreo de muy
señor mío. Recuerdo que estuve sin hablarles una semana, como se lo cuento. De
joven, mis ilusiones estaban puestas en mi marido. Se llamaba Ventura, pero no
tuvo suerte. Se lo llevó una enfermedad tan larga que cuando falleció me
alegré, mire lo que le digo. Y después del funeral fui al bingo a gastarme los
cuartos en las máquinas tragaperras, pero ni siquiera estas me devolvieron otra
cosa que calderilla. Al menos, disfruté de lo escandalizadas que estaban las
comadres del barrio, cuyos maridos se quedan sordos por no oírlas. A día de
hoy, creo en el presente. Y como la juventud bebe los vientos por lo americano,
se me ha ocurrido que podría escribirle a usted.
No quiero pedirle nada para mí. Tengo una aceptable pensión, una salud
repleta de achaques y un nieto que, de uvas a peras, viene a regalarme un
maravilloso dolor de cabeza.
Yo sé que usted no hace milagros, sino más bien lleva la ilusión a los
más pequeños. Reconozca que los adultos somos niños que esperan algo en el
fondo de unos trajes demasiado grandes, quizá recuperar la inocencia sin perder
esa sana picardía.
Pues bien, no me tome por loca si le pido que mi bibliotecaria vuelva
pronto. No sé qué libro elegir si ella no me recomienda alguno, no tengo con
quién hablar de lo pedante que resulta tal autor, no duermo pensando en el tipo
agrio que han traído de repuesto. Unos dicen que le ha tocado la lotería y
tiene barra libre en Cancún. Otros aseguran que, dado el precio de la vivienda,
se ha instalado en una cueva en la Serra Grossa.
Yo sé que tomará en consideración mi desiderata, estimado Santa Claus.
Feliz Navidad.
# dedicado a María Luisa