miércoles, 28 de noviembre de 2012

MUESTRA 2012












A estas alturas, supongo que conoceréis la Muestra de Teatro Español de Autores Contemporáneos. Sabréis, por tanto, que se celebra cada mes de noviembre en diversas salas y teatros de Alicante.

La XX Muestra ha sido la más calurosa que recuerdo, y en cuanto a afluencia de público he visto mucho clon de Berto Romero; deben de regalar por ahí gafas negras de pasta. Por fortuna, dos de tres obras a las que asistí estaban protagonizadas por gente muy joven, señal de que el teatro es un enfermo que goza de buena salud.

El Arniches abrió la Muestra con “Colgados”, una obra sobre la incomunicación en la era de la comunicación y las nuevas tecnologías. Me quedo con la escena en la que una mujer habla con su marido a través de una cámara de seguridad, ilusionada con ese día en que coincidan sus turnos laborales.

Las Cigarreras ofreció “El chico de la última fila”, donde un profe de literatura descubre una redacción genial entre la bazofia que escriben sus alumnos. El dilema surge cuando el prometedor estudiante empieza a narrar, sin ningún tipo de pudor, los trapos sucios de un compañero de clase y su familia. ¿Es ético escribir sobre la vida privada de los demás? ¿Dónde está el límite? Magníficas interpretaciones de todo el elenco actoral, especialmente de Samuel Viyuela (hijo de Pepe Viyuela) como el chico.

El aula CAM fue escenario de “En la otra habitación”, que aborda el conflicto entre una madre que se resiste al paso del tiempo y una adolescente con graves problemas de autoestima. La bomba estalla cuando se desvela que están enamoradas del mismo joven.



miércoles, 21 de noviembre de 2012

NOCHE TOLEDANA















    
Decapitado en su propia habitación entre las tres y las cinco de la madrugada. Podría ser un ajuste de cuentas.
Un vecino acusa a la víctima de que le importaban un pito los oídos de sus feligreses, pero de ahí al asesinato… Hago ademán de no entender sus agrias palabras y señala hacia las alturas.
El frutero lo califica de pederasta musical porque abusaba de ellas. Lo mismo le servían para llamar al ángelus que para celebrar que los alumnos de bachillerato se iban de campamento. La pescadera ha estado a punto de denunciar en varias ocasiones porque el único día de la semana que no madrugaba apenas podía pegar ojo.
Nunca he comprendido esos resquicios fascistas en un estado aconfesional. Se me ocurre de pronto que el vecindario… pero rechazo esa idea por descabellada.
Las campanas a muerto anuncian la vida futura.


Finalista que se incluye en la antología Microcrímenes, editada por Falsaria.


martes, 13 de noviembre de 2012

EL CARNAVAL DE LAS ALMAS



Para los amantes del cine de fantasmas, Carnival of souls (Herk Harvey, 1962) es una joya indiscutible. En primer lugar, por su inquietante protagonista, Mary (Candance Hilligoss), una muchacha que, tras sufrir un accidente, decide cambiar de aires y se muda a otra localidad. Allí conocerá a unos personajes tanto o más extraños que ella: la casera de la pensión, el vecino baboso… 

Mary es una joven de carácter insociable y arisco, despreocupada por establecer vínculos con sus semejantes. Esto agrava el pánico que sufre ante las visitas de un hombre de negro cuyo descaro y sonrisa burlona hielan la sangre. Al mismo tiempo, se siente irremediablemente atraída por un antiguo balneario abandonado.

No esperéis un ritmo trepidante o sobresaltos por doquier. Estamos ante una película hipnótica, a ratos de una lentitud exasperante, cuya mejor baza es el clima de insano desasosiego.

El blanco y negro favorece esa atmósfera irreal, de pesadilla, donde Mary tendrá que encontrarse a sí misma. En el balneario buscará respuestas a sus preguntas. 

La historia del cine recuerda Carnival of souls como la película que inspiró La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968).


Más información y un vídeo espeluznante en el foro Mundo enigma.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

EL VIDEOCLUB



   
     Fui a dejar la película.
     Como tantas otras veces, la abandoné encima del mostrador y, sin esperar su revisión mecánica por parte del desconfiado dependiente, di media vuelta hacia la salida.
     Pero entonces algo me atrapó, sumiéndome en la más absoluta de las perplejidades.
     —¿Qué tal?
     —¿Qué tal qué? —contesté francamente despistado.
     —Pues la película, ¿qué va a ser?
     Le miré de arriba abajo, como se mira la primera cucaracha del verano, e instintivamente traté de huir. Mientras escudriñaba una salida bañado en un sudor frío, tartamudeaba al hablar.
     —Sí... claro... bien.
     —¿Le ha gustado?
     —Muchísimo.
     —¿Y los actores? ¿Qué tal estaban?
     Las piernas amenazaron con dejar de sostenerme. Comprendí de repente la cruda realidad: aquel tipo se había vuelto loco o era novato en el videoclub. Ni siquiera había revisado la película. Y encima iba de tío enrollado. Lo peor en estos casos.
     —Verá, es mi primer día y quiero empezar con buen pie —dijo confirmando mis peores temores.
     «Pues te has lucido, chaval», pensé.
     —Me encanta hablar con la gente y tengo muchas ideas para mejorar el videoclub. Una de ellas es conocer la opinión de los clientes sobre las películas.
     —¡¿Para qué?! —exclamé horrorizado.
     —Para ser útil. Por ejemplo, si un cliente pregunta: «¿Qué tal la última de Van Damme?», yo le cuento qué dicen los que la han visto. Me revienta estar aquí todo el día sin hacer nada.
     «Se te paga por no hacer nada, idiota», pensé. En cambio dije:
     —¿Y tu jefe qué opina de todo esto?
     —No se lo he comentado, pero seguro que le parece genial que simpatice con el público, ¿no cree?
     «No te preocupes, ya le se lo diré yo y te pondrá de patitas en la calle», pensé.
     —Y volviendo a la película, amigo, ¿usted la recomendaría?
     Había recuperado la compostura y decidí afrontar la pregunta con serenidad. Al fin y al cabo, vivimos en un país adulto. El problema es que metí la pata.
     —Encarecidamente.
     —¿Y qué significa esa palabra?
     «¿Qué les enseñarán a los chavales en el colegio?», pensé.
     —Verás, quiero decir que...
     —Espere, creo que tengo un diccionario por algún lugar...
     Traté de disuadirlo, pero no me escuchaba. Y se puso a registrar los bajos del mostrador, dejándome allí solo con mi película.
     Entretanto, se había formado una pequeña cola y yo comencé a sudar tinta de nuevo.
     —Oiga, ¿dónde está el dependiente? —me preguntó una mujer con cara de pocos amigos.
     —En algunos sitios se trabaja —se quejó un señor con bigote.
     —Tengo a los críos solos —protestó una chica joven.
     Estoy acostumbrado a que me ignoren, a no ser el centro de todas las miradas. Decidí cambiar a otro videoclub más discreto en cuanto me fuera posible.
     —Oiga, ¿qué película es ésta, joven? ¿Es buena? —una anciana con un paraguas se atrevió a palparla.
     Yo no sabía qué decir ni qué hacer. Sólo quería que me tragara la tierra. Aquello era un castigo divino o algo así. Juré que nunca más alquilaría aquel tipo de cine.
     —Deja, chaval, ya la dejo yo en su sitio.
     Agarré la película y con la frente muy alta la llevé a su apartada estantería.
     Gracias a Dios, nadie pudo ver que era una de esas... películas... ya saben... de pensar un poco.


Este cuento, que nació solitario, se ha convertido en solidario al participar en la antología A este lado del espejo.

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