Por ello, cuando la editorial me propuso firmar en la Feria del Libro de Madrid lo tomé como algo que no cambiaría mi vida en absoluto. Y así ha sido, en parte.
La soledad presidió el inicio de nuestro fin de semana en Madrid. Una soledad en compañía, primero de las estrellas, luego del amanecer en el tren. Mi mujer optó por escuchar música; yo preferí ver una película con la que me harté a llorar. Algo debió de influir la falta de sueño.
Tras un fugaz vistazo de Atocha, buscamos el hotel y nos instalamos. Faltaba aún un buen rato para la hora de comer, así que decidimos visitar lo que nos saliera al paso. Y nos encontramos cara a cara con una manifestación de ciclistas desnudos. No fue plato de buen gusto contemplar tanto pene famélico, tanta teta esmirriada bregando con el aire.
La soledad presidió el inicio de nuestro fin de semana en Madrid. Una soledad en compañía, primero de las estrellas, luego del amanecer en el tren. Mi mujer optó por escuchar música; yo preferí ver una película con la que me harté a llorar. Algo debió de influir la falta de sueño.
En la calle Desengaño existe una tienda de fachada de madera donde mi mujer quería arruinarse a toda costa, de modo que nos dirigimos allí por la emblemática Gran Vía. No tardamos en caracolear por el barrio antiguo, y pronto la dejé con una sonrisa de oreja a oreja. Caminando sin prisa, llegué hasta una plaza donde las putas ejercen junto a una comisaría. Al menos, no les falta seguridad. Al doblar una esquina, me echó los tejos un muchacho en bermudas que iba marcando paquete y fumaba con mucho arte. Consulté el mapa. El barrio de Chueca quedaba al lado.
Poco después, nos contábamos estas y otras anécdotas en el único restaurante japonés vegetariano de Madrid.
Poco después, nos contábamos estas y otras anécdotas en el único restaurante japonés vegetariano de Madrid.
Después de una siesta reparadora, caímos por la Feria. Sería más exacto decir que fuimos engullidos por una multitud borracha de figuras literarias. Este es uno de sus principales atractivos: que te firme un autógrafo tu escritor favorito. El problema surge cuando los que te gustaría que estuvieran no están. No sé qué me pasó. Pudo ser una crisis de Lucías o un hartazgo de Boris. El caso es que salimos de allí como alma que lleva el diablo, no sin antes reparar en una caseta algo apartada, donde compré la novela Más allá de las estrellas, de Maribel Romero Soler. Me identifiqué tanto con el ojo alucinado de la portada…
La noche nos guió, sin saber muy bien cómo, a la Puerta del Sol, donde los indignados agitaban cualquier objeto metálico en señal de protesta. Me pareció escuchar: «Zapatero readmisión». Tengo el oído fatal, porque en realidad decían: «Los banqueros a prisión».
La noche nos guió, sin saber muy bien cómo, a la Puerta del Sol, donde los indignados agitaban cualquier objeto metálico en señal de protesta. Me pareció escuchar: «Zapatero readmisión». Tengo el oído fatal, porque en realidad decían: «Los banqueros a prisión».
Mari Carmen ya estaba junto a la caseta de Carrasco Libros cuando llegué cargado con la novela Nada es crucial, de Pablo Gutiérrez. Busqué nuestros nombres en el cartel anunciador de firmas, y entonces lo vi. Habían escrito en una libreta cuadriculada PATCHWORK y VAREANDO “NUVES”. Era el colmo de la cutrez.
Al principio me callé como una puta, pero una mujer, que me confundió con el vendedor de la caseta, hizo la observación de que “NUVES” era una falta grave. No se lo discuto, señora, repliqué, pero la falta no es mía. Y le mostré la portada del libro para reforzar mis palabras. Me miró con desprecio y se marchó.
Al principio me callé como una puta, pero una mujer, que me confundió con el vendedor de la caseta, hizo la observación de que “NUVES” era una falta grave. No se lo discuto, señora, repliqué, pero la falta no es mía. Y le mostré la portada del libro para reforzar mis palabras. Me miró con desprecio y se marchó.
Una vez corregido el despiste, prosiguió la firma sin mayores incidentes destacables. Algunos amigos hicieron el esfuerzo de acercarse hasta la Feria y se lo agradezco mucho. Fue el caso de Conchi Agüero, que me ha arropado en tres actos de promoción de VAREANDO NUBES. Creo que le debo otro cuento. También tuve el placer de conocer en persona a Álvaro de la Riva, yonqui del cine de podridos, y cuya novela Parásitos reseñé para mi blog. Mientras nos fundíamos en un caluroso abrazo se escapó una paradoja: ¡Cuánto tiempo sin vernos!
La tropa de Netwriters tampoco se perdió el evento. Aluciné con la generosa simpatía de sus miembros, con el porte aristocrático de Emilio Porta y con el sentido ético de Enrique Gracia, quien tuvo el detalle de incluir mi obra en el blog dedicado a la colección. Los amigos del Trasatlántico demostraron que todos somos un poco lobos en este mundo de redes sociales. Me hubiera encantado comprar un ejemplar de Historias de la puta crisis, pero no tuve previsión de guardar unos eurillos. Quizás en algún momento pueda escribir una reseña.
Mientras los últimos curiosos flirteaban entre las páginas de nuestros libros sin decidirse a comprar, Mari Carmen y yo recogíamos nuestras pertenencias dispuestos a dejar la caseta. Me despedí de una escritora que se hacía fotos con quienes compraban su novela new age. Fabulosa táctica, sobre todo si tenemos en cuenta las perolas que lucía.
Alguien le preguntó a mi mujer si nos apetecía comer con los trasatlánticos en un restaurante. Allí, lejos de nervios y cerca de un vino rosado, dejamos volar un poco al chiquillo que llevamos dentro, desmenuzando las mejores jugadas de una firma tan surrealista como entrañable. Nos tocó una camarera de mente cuadriculada que no hacía más que recordarnos lo que no entraba dentro del menú. Creo que me habría casado con ella, con permiso, claro está, de mi pareja. Y así formaríamos un trío maravilloso: la realidad, la locura y una página en blanco.