El mundo literario está habitado por escritores de todos los pelajes. Es una fauna donde, en ocasiones, abunda el don de la palabra hueca, cuando no directamente la diarrea verbal. También campa a sus anchas el deprimido que te regala una cuchilla de afeitar en cada línea o el inteligente que te obliga a consultar el diccionario como un niño de primaria.
Quien busque en Albert Espinosa, guionista y director de cine, elaboradas metáforas se va a llevar un chasco.
Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo (Grijalbo, 2010) es una novela que trata de emocionar al lector desde la primera página hasta un final inesperado.
En un futuro inquietante, donde la ciencia ha creado una droga para dejar de dormir, Marcos, alter ego del autor, no acepta la muerte de su madre. Esto le lleva a comprar el chute que le mantendrá en una eterna vigilia. Sin embargo, varios personajes se cruzan en su camino: una chica de la que se enamora, un jefe que necesita urgentemente de su habilidad, un misterioso extranjero que no es lo que aparenta.
Lo original de Espinosa no es la historia que relata, sino las disgresiones de Marcos, que adornan el hilo narrativo con recuerdos de una madre artista y ráfagas de su peculiar manera de ver el mundo.
Tampoco es ni pretende ser un Camilo José Cela, pese a lo cual nos sorprende con frases memorables. Sobre el sexo dice: “Quizás el mundo iría mejor si contásemos nuestros sueños eróticos a los que han sido protagonistas de ellos”. Sobre la infancia apunta: “Es como toneladas de tristeza mezclada con kilogramos de felicidad”. Sobre las madres afirma: “Ahora tenía claro por qué me sentía así: no se había ido la persona que más había querido, se había ido la persona que más me ha querido”.
La principal virtud de Espinosa es que transmite como ningún escritor la magia de una mirada o una caricia, mientras parte de la literatura actual se empeña en vivir entre caballos como Gulliver.