LA PAZ ES ALGO MUY BONITO
Faltaba apenas una hora para la presentación. El editor llevaba en el cuerpo seis tilas, tres valium y un whisky. La asistenta de uno de los escritores le había llamado por teléfono la víspera. Según le dijo, con voz trémula, habían empezado a discutir por no sé qué de la novela que habían tardado tanto tiempo en escribir y publicar. Ella intentó mediar en la pelea, aludiendo al título de la obra —La paz es algo muy bonito—, pero los ánimos se crisparon aún más. Hizo una pausa que al editor se le antojó eterna, casi dolorosa. Una ambulancia se los había llevado. Ignoraba si vivos o muertos. Cosidos a navajazos.
En cuanto le dejaron solo con los dos cadáveres, el editor les echó una bronca monumental. Con salivazos. Luego fue a emborracharse a casa. Sin embargo, una llamada de la morgue le interrumpió. Los escritores habían regresado.
La presentación dio comienzo con bastante retraso, pues hubo que encadenar a los zombis a la silla por seguridad. Sus rostros verdosos también habían necesitado mucho maquillaje. Emitían unos sonidos quejumbrosos que ponían los pelos de punta. Babeaban de forma repugnante.
En el turno de preguntas, una periodista dijo:
—¿Habrá segunda parte de la novela?
Los zombis empezaron a sacudirse como locos y aullaban cosas ininteligibles. El libro fue un éxito póstumo.