El último domingo de marzo era un
día de esos que apetece remolonear en la cama. De madrugada, nos habían robado un
jirón de sueño debido al cambio de hora. Por la mañana, una lluvia terca y
obstinada me pobló de negros presagios. Los aparté a manotazos. Cogí mi
paraguas multicolor y salí de casa. Me había comprometido a firmar en la caseta
de la librería 80 Mundos con motivo de la Feria del Libro de Alicante.
El
autobús tardaba la friolera de trece minutos y no tuve paciencia de esperar
bajo la lluvia. Llegué puntual a mi cita, pero con los bajos del pantalón
calados. Carmen Juan y Sara Trigueros, las libreras, no parecieron darse cuenta.
El edificio Séneca, con sus techos altos y murales, secaría un poco mi ropa.
Miré alrededor: ni un alma salvo los libros, los libreros y quien escribe estas
líneas.
Con
el paso de la mañana, algunas familias con niños se refugiaron de la
inclemencia del tiempo. Carmen, inasequible al desaliento, sacó un montón de
ejemplares de Trece rosas negras para
colocarlos en primera fila. Alcancé uno y empecé a dar vueltas como Chiquito de
la Calzada.
De
pronto, una mujer buscaba a un tal José Antonio López Rastoll. Dijo que me
seguía desde Pelusillas en el ombligo
(Lastura, 2015) y que quería un ejemplar firmado del nuevo libro. Estuvimos
charlando un rato. Después se dejaron caer amigos como Manuel Cado y Chelo
Gisbert. Ambos han sido alumnos en los talleres de Conchi Agüero y escriben de película.
También pasó Marina Beckett y nos
saludamos. Me pareció una mujer natural y cercana. Luego seguí cazando lectores
por la antigua estación de autobuses hasta que llegó la hora de despedirse. Una
vez en casa, descubrí con asombro que había llevado todo el día el calzoncillo
al revés.