miércoles, 20 de marzo de 2024

CONTRA EL OLVIDO


Paseaba con Carmen una tarde de verano cuando se acercó una mujer a saludarla. Deduje por la conversación que eran viejas amigas del pueblo. En Guardamar, darle al palique en medio de la calle es casi una religión. Tras despedirse efusivamente, le pregunté a mi madre, muerto de curiosidad, quién era. Me dijo que no se acordaba y nos entró la risa.

El olvido es un tema tabú que, a diferencia de Carles Puigdemont, no abre informativo alguno ni copa la primera plana de ningún periódico. Da igual la etiqueta que le colguemos: Alzheimer, deterioro cognitivo, desmemoria o ido de la olla. Enfermos y familiares se enfrentan prácticamente solos —debido a la deshumanización de algunos neurólogos y las trabas a la Ley de Dependencia— a situaciones traumáticas que los superan. La novela Las dos Adelaidas (Sargantana, 2023) de Elena Casero reivindica una enfermedad sobre la que pesa el más vergonzoso silencio, pero, sobre todo, el papel callado del cuidador.

Su argumento es sencillo. Una joven de veinticinco años tiene que hacerse cargo de su madre enferma mientras su hermana, que vive en Australia, se limita a seguir los acontecimientos por teléfono. Las fotografías antiguas y un diario escrito en la juventud ayudan a la anciana a rescatar la historia de las mujeres de la familia y, de paso, retrasa la inevitable pérdida de memoria. Elena Casero rinde homenaje a todas aquellas esposas y madres del siglo pasado condenadas a ser una sombra del esposo, a realizar las tareas domésticas, a cuidar de los mayores. Un simple cambio de titularidad en el banco por defunción demuestra qué poco han cambiado las cosas y cuánto queda por hacer.

La novela emociona gracias a la acertada elección de una joven narradora en primera persona. Me conmueve su vida truncada, sus sueños aparcados, su escasa sexualidad. Un manual indirecto sobre la vejez que debería ser lectura obligada en los colegios: «Nadie te avisa de que, mientras ella se muere, te has de convertir en su madre».

Como buena valenciana, Elena Casero salpica la historia con pinceladas de humor que sirven para ofrecer un relato verosímil donde las penas se barajan con las alegrías. Me parece descacharrante la escena en la que la anciana, en uno de sus inteligentes desvaríos, le presenta a Adelaida al mismísimo Franco y, además, le suelta cuatro verdades.

Me consta que la autora no es amiga de promocionar excesivamente sus libros, lo cual no significa que no haga presentaciones. Solo prefiere no dar demasiado el coñazo al lector. Esta actitud, digna de elogio en los tiempos actuales, proviene de alguien que ha corregido su obra hasta la saciedad y está segura de su valor. No hay mejor campaña publicitaria que una novela sin faltas de ortografía, ni lugares comunes, ni fallos gramaticales. Y, por si esto fuera poco, no he parado de anotar frases memorables que ojalá se me hubieran ocurrido a mí.

A veces, cuando mi madre me saca de quicio con sus involuntarios olvidos pienso en el consuelo de la literatura, en que se diría que Las dos Adelaidas ha sido escrita para nosotros. Anima a disfrutar de nuestros mayores mientras podamos. Gracias a su sacrificio, hemos logrado lo que ni siquiera ellos se atrevieron a soñar.


HASTA LA VISTA, MIRONES.
FELIZ SEMANA SANTA.

miércoles, 13 de marzo de 2024

SANTOS



Mi padre no era muy religioso, pero, por contentar a mi madre, que es una auténtica talibana, iba a la iglesia los domingos y se confesaba una vez al año. Lo recuerdo hecho un pasmarote en la última fila del templo, al lado de la puerta por la que siempre entraba el último y salía el primero, mirando al frente sin ver, con la imaginación distraída en otra parte. Ambos sabíamos, sin comentarlo jamás entre nosotros, que no creía en toda aquella parafernalia.

miércoles, 6 de marzo de 2024

SALDOS ARIAS




Mi padre trabajaba en una humilde tienda de ropa llamada Saldos Arias. Recuerdo que era un edificio ubicado en la calle Mayor de Alicante. Nunca pasaba nada, salvo que una vez fueron a comprar chandals algunos jugadores de los Globetrotters. Ahora han rehabilitado el inmueble y es la sede del restaurante Fondillón, que pertenece al hotel de cinco estrellas Hospes Amérigo. Cuando paso por allí, me entran ganas de hacerles cosquillas a esos camareros tan estirados.

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