El náufrago contempla el amanecer anaranjado
mientras juguetea con los mechones de su barba. Al principio, el fenómeno es
solo un punto en el horizonte. Poco a poco, distingue la canoa. No sabe si reír
o llorar, si saltar a la pata coja o rebozarse en la arena. Cuando faltan escasos
metros, se introduce en el agua y ayuda a la remera a alcanzar la playa. Una
vez allí, descubre con angustia que casi ha olvidado el lenguaje. En cambio, la
mujer está encantada de conocerle porque tiene una oferta inigualable de
telefonía. Abatido ante la falta de rescate, responde solo: «Permanencia».