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miércoles, 19 de abril de 2023

CASI NORMALES

















Cada vez que mi mujer y yo quedamos con un amigo que pasó el confinamiento solo en casa, un tsunami de recuerdos de aquellos días monopoliza la conversación. Ellos sostienen que fue la mejor época de sus vidas. Obviamente, no pretenden frivolizar con un virus que ha puesto en jaque a la humanidad y ha provocado una masacre sin precedentes. Nuestro amigo tiene un trabajo tiránico, de modo que la Pandemia le permitió descansar como nunca. En cuanto a nosotros, ganamos más dinero sin trabajar que dando clases en la academia gracias a la ayuda económica del Gobierno. Así de precaria es la situación de los autónomos en España.

Este síndrome pospandémico se parece a la nostalgia de esos ancianos que aseguran que con Franco se vivía mejor. En el fondo, pone de manifiesto la falta de empleo digno en este país. Las dos opciones a las que cualquier trabajador se enfrenta: echar más horas que un reloj con los consiguientes problemas de estrés o ganar un sueldo miserable que solo te sirve para subsistir.

El estallido de la primavera coincide con el tercer aniversario de aquel horror. Pasamos meses en una cárcel de oro que el Gobierno nos vendió de dos en dos semanas. Me aficioné al baloncesto en diferido. Os recomiendo el choque contra la Serbia de Djordjevic en el Mundial de China 2019. Los serbios estaban tan pagados de sí mismos que no soportaron el hecho de ir por debajo en el marcador y perdieron ante una España superlativa.

La soberbia humana también ha sufrido uno de los peores reveses de su historia, aunque ya casi nadie se acuerde. En apariencia, la vieja normalidad ha regresado. La mascarilla apenas resiste en hospitales y farmacias. Sin embargo, el cerebro tarda en digerir sucesos traumáticos. Los edulcora. ¿Eres un nostálgico de la Pandemia?

martes, 21 de junio de 2022

LA RENOVACIÓN DEL FUEGO




Un gentío esperaba a las doce de la noche para ver su Hoguera arder entre espirales de humo negro. Curiosa costumbre que Juanjo comparaba con los castillos de arena que —casi simultáneamente— creaba y destruía en su infancia. El joven había cogido un buen sitio junto a la valla metálica que rodeaba el monumento. Dentro del perímetro acotado por los bomberos, la Belleza y las Damas de Honor lloraban sonrisas. En aquel momento, alguien le rozó el hombro. Nico llevaba un rato detrás, pero no sabía exactamente si era él. La nostalgia de los años sin verse duró apenas unos minutos. Enseguida apagaron las luces. Hubo un grito de emoción entre el público. Entonces el viejo amigo, con aliento a cubata, susurró al oído de Juanjo: «No he olvidado los cien euros que me debes». Este se removió inquieto como un pez atrapado en el cubo y le dirigió una mirada suplicante. El otro dijo que le daría de tiempo hasta la siguiente Pandemia. La traca, el incendio, la orquesta tocando «Les Fogueres de San Chuan». Nadie pareció advertir que los antiguos colegas se abrazaban sin mascarilla y contraviniendo la distancia de seguridad.

miércoles, 18 de mayo de 2022

LA HUELLA PSICOLÓGICA



«De este año no pasa», se dijo Albert en la Nochevieja de 2050. Entre el frío y que alguien tosió a su lado sin miramientos, al día siguiente pospuso una vez más el propósito de quitarse la mascarilla.

miércoles, 16 de marzo de 2022

LA NOTICIA MÁS ESPERADA










Pedro Sánchez compareció ante los medios de comunicación con cierto retraso sobre la hora prevista. Dijo que tenía una noticia buena y otra mala en relación al controvertido asunto de las mascarillas. Anunció que esta Semana Santa nos despediríamos del cubrebocas; sin embargo, no tendríamos más remedio que dar la bienvenida a la máscara antigás.


miércoles, 22 de septiembre de 2021

DUELO AL SOL


Al doblar la esquina, vi al hombre detenerse en el extremo opuesto de la acera. Hice lo propio. La soledad de la calle era tan llamativa que no parecía verano, sino un apocalipsis. Avanzamos unos pasos hasta situarnos el uno frente al otro. Se quitó el sombrero muy lentamente para que pudiera apreciar sus ojos provocadores. Ni un atisbo de inseguridad. Transcurrieron unos instantes en los que apenas sucedió nada, salvo que el viento desordenaba mi flequillo como una mano sobre la frente. Tragué saliva y el tipo sonrió mostrando un diente de oro. Acaricié con la punta de los dedos mi muñeca derecha. Fue más rápido que yo por escaso margen. En apenas una fracción de segundo, desenfundó su mascarilla de lunares, se la puso y cruzó al otro lado. La cosa no acabó ahí. Manteniendo la distancia de seguridad de dos metros, me preguntó por dónde caía la Feria de Albacete. Le dije que iba en aquella dirección. Empezamos a caminar juntos y, claro, rompió el silencio para hacer otra pregunta. Y otra. Y otra más. Cuando alcanzamos la Puerta de Hierros, no nos sorprendió encontrarla cerrada. Le invité a una cerveza y un plato de gambitas. Dijo que había perdido el sabor y la confianza en los políticos. En ese orden. No supe si reír o llorar.

miércoles, 25 de agosto de 2021

ENTRE PASOTAS Y FANÁTICOS

















La vacuna corre alegremente por mis venas y aún no me he convertido en zombi. Sería un buen comienzo para un cuento de terror si no fuera porque andamos más necesitados que nunca de comedia.

Entre junio y julio pasé, igual que miles de alicantinos, por los malogrados estudios cinematográficos de Ciudad de la Luz. Mis sentimientos oscilaban entre el nerviosismo y la ilusión después de tan larga espera. He de decir que el personal sanitario me atendió de maravilla, que apenas sentí el pinchazo y que, por suerte, los efectos secundarios fueron soportables. Solo tengo una queja: la palabra «vacunódromos». Que no somos caballos, oiga.

Desde entonces, no ha cambiado un ápice mi conducta. Sigo llevando mascarilla tanto al aire libre como en interiores. Sencillamente, me parece más cómodo que andarse quitando y poniendo el dichoso trozo de tela. A juzgar por lo que observo en la calle, mucha gente —incluso joven— también ha desobedecido la norma que exime de llevar cubrebocas siempre que se pueda mantener la distancia social.

No soy el único que, como digo, hace lo que le parece más oportuno en una situación excepcional. Para eso vivimos en democracia. Sin embargo, he sigo testigo este verano de comportamientos verdaderamente insólitos. Casi diría que aterradores. Están los dos extremos: los pasotas y los fanáticos. En el primer grupo cabría ese personaje que viaja en autobús con la mascarilla bajada. Porque sí. Porque él o ella lo vale. No le teme a nada ni a nadie. Su egoísmo no tiene límites. Qué quieren que les diga: me gustaría gritarle, pero permanezco mudo. Seguro que tú no te habrías callado. El segundo grupo lo formaría quien vive con miedo: deportistas embozados que obligan a sus pulmones a un ejercicio de masoquismo, gente que nunca sale de casa, que apenas se relaciona, que ni siquiera besa a su pareja. Pronto serán los nuevos Hare Krishna.

Seguramente, nos quedarán cicatrices psicológicas. Hay quien pedirá un certificado de vacunación para dar un abrazo; otros, en cambio, buscamos a nuestros semejantes para no perder el tesoro de la ternura.                                                                                  

miércoles, 28 de abril de 2021

LOBO



Al afeitarse la barba de lobo de mar que sobresalía por debajo de su mascarilla, asesinó, sin querer, a una tribu indígena del Amazonas que habitaba entre la pelambrera.

miércoles, 24 de marzo de 2021

ANIVERSARIO DEL CAOS
















Estos días se cumple un año de la declaración del Estado de Alarma en nuestro país. Fue exactamente el sábado, 14 de marzo de 2020. Recuerdo aquella semana kafkiana con un sabor agridulce en la boca. Mi padre recibió el alta hospitalaria por una neumonía el miércoles. A la lógica alegría se sumaba un presagio de catástrofe inminente. Dábamos clase en la academia sin mascarilla ni ningún tipo de protección, temerosos de aquel enemigo cobarde que golpeaba amparado en su invisibilidad. El viernes bajamos la persiana del negocio sin fecha de vuelta. Una alumna celebró con estrepitosa alegría las vacaciones. Quién iba a saber entonces que nos aguardaban tres meses de cárcel.

Durante este tiempo, hemos atravesado por todos los estados de ánimo posibles: incredulidad, incertidumbre, hastío, depresión, cólera. Duele especialmente que quienes sufren otras enfermedades no salgan en las noticias, porque aunque no lo creamos han existido y existen muchas dolencias aparte del coronavirus. Un amigo mío, por ejemplo, ha soportado una lista de espera interminable para una operación de próstata.

Reinventarse ha sido el verbo más conjugado. No ha quedado otro remedio que echar mano de imaginación para conjurar la pesadilla. El primer cambio ha sido el atuendo: las incómodas mascarillas. Algunos hombres hemos aprovechado —muy ladinamente— para descuidar la barba como robinsones. No quiero imaginar las piernas de las mujeres. El segundo, la vida social. En mayor o menor medida, andamos desentrenados con las relaciones humanas. Los encuentros después de cada ola podrían calificarse de escaramuzas donde, más que dialogar, se ha monologado o escuchado al otro monologar. Por último, hemos descubierto nuevas formas de celebrar la vida sin recurrir al teléfono móvil: mi hijo, la cocina; mi mujer, la costura; mi hija, una serie de anime llamada The Promised Neverland que vemos juntos; yo, el senderismo.

Las vacunas suenan cada vez más cerca con su picotazo de mosquito cargado de pros y contras. Hasta los negacionistas hacen cola. Con ellas tal vez recuperemos algunas de nuestras viejas costumbres: viajar, asistir a un concierto, ver una película en el cine y, por supuesto, las ruidosas fiestas de tracas, petardos y cohetes que tanto se estilan en Alicante. Hasta lo odioso se echa de menos.

miércoles, 20 de enero de 2021

LA HERBORISTERÍA



















La dueña de la herboristería se llamaba Amparo. Tristán le habría pedido su sonrisa como bálsamo para sus dolencias, en especial la soledad de un cuarentón recién divorciado. Pidió, en cambio, las hierbas de siempre para las migrañas. Mientras la joven lo atendía, hablaron un poco. Al acabar, ella preguntó si quería algo más.
     Tristán dijo que llevaba tiempo dándole vueltas a un asunto. En su opinión, había dos formas de inmunizarse: el contagio o la vacuna. Él siempre había sido una persona impaciente, de modo que esperaba que no se ofendiese por lo que iba a rogarle.
     Amparo lo miró de hito en hito. «¿Estarás de broma?», preguntó. Su seriedad no dejaba lugar a dudas. Como el aforo de la tienda era de un solo cliente, en cuestión de minutos se había formado una asombrosa cola. Él le tendió un documento en el que la eximía de cualquier culpa y donde figuraba su número de móvil. Luego salió.
     Unos meses después, Amparo se notó unas décimas de fiebre y pérdida del gusto. Supuso que era un simple resfriado, pero la prueba confirmó que tenía el coronavirus. Mientras pasaba la enfermedad en su casa, se acordó de la absurda petición de Tristán.
     «No creas que estoy enamorado de ti ni nada de eso», decía el hombre en su cabeza. «Solo estoy harto de esperar una vacuna que no sé cuándo me tocará ni si será efectiva.»
     Tristán subió en el ascensor hasta el cuarto piso. Ella abrió la puerta en batín, despeinada y sin mascarilla.


miércoles, 23 de diciembre de 2020

NAVIDAD DISTÓPICA




Dicen por ahí que esta va a ser la Navidad más triste y solitaria de nuestras vidas. Viendo las terrazas abarrotadas de los bares no puedo evitar sonreír ante semejante afirmación. Despedimos un año donde la auténtica pesadilla han sido las normas. Mascarillas, geles desinfectantes, distancia social, confinamiento domiciliario, cierre perimetral, interminables colas y toque de queda. El mundo se ha convertido en una distopía. Sin embargo, los españoles seguimos dando rienda suelta a lo que nos distingue: la alegría de vivir y que se enteren en Pernambuco. Siempre que hagamos caso de las recomendaciones sanitarias, no veo ningún inconveniente. De hecho, la risa me parece más necesaria que nunca. Una cuestión de salud mental. Os prescribo cero noticias, dosis masivas de cariño y un suplemento vitamínico de locura. Feliz Navidad, mirones.

EL FABULOSO CHRISTMAS ES CORTESÍA DE NEOGÉMINIS.

miércoles, 25 de noviembre de 2020

LA DECISIÓN









Hace la friolera de ocho años que soy voluntario para la Fundación Dasyc. Constituida en Valencia en 1994 como una institución benéfica y sin ánimo de lucro, actualmente, entre otros objetivos, desarrolla proyectos de voluntariado social. El acompañamiento de personas mayores es el campo en el que desarrollo mi labor. No sé muy bien por qué motivo elegí esa franja de edad. Quizá porque mis padres me tuvieron ya cuarentones. Quizá porque José Antonio Beato Herrador me dijo que era donde más falta hacía. Nunca lo sabré.

La Pandemia que todos conocemos me ha impedido realizar las visitas habituales —un día semanal— a mi usuario: José Luis Ruiz Dangla. No siento vergüenza de confesar que lo echo de menos. Han sido ocho años de amistad que han pasado en un suspiro. Recalco la palabra amistad, porque está muy devaluada últimamente. Vivimos en una sociedad donde impera el interés, la zancadilla, la división en lugar del consenso. La propia gestión de esta crisis sanitaria resulta un ejemplo lamentable.

Aunque nunca hemos perdido el contacto telefónico, se añoran las risas en su piso a costa de la esperpéntica actualidad. Llegamos incluso a patentar debates a tres con Nuria, la vecina. Ninguna televisión los habría emitido porque no nos despellejábamos.

Con la llegada del otoño, Dasyc me permitió reanudar las visitas a través de un consentimiento firmado por ambas partes. Siendo yo personal de riesgo por mi profesión y padeciendo José Luis varias dolencias, decidimos de común acuerdo seguir como hasta ahora, es decir, cada uno en su casa. Hasta que pase la tormenta al menos.

Dice Alba Pérez que me queda voluntariado para rato. No veo el día que se acabe esta pesadilla y estrechar la mano de mi amigo.

miércoles, 23 de septiembre de 2020

MIGUELITOS











La tradición consistía en comprar una caja de Miguelitos en el Círculo Central y comérsela sentados en la acera de los Ejidos. La crema deshacía septiembre. Hipnosis. Regresión. Miguel sigue con la mirada el péndulo hasta caer en trance. El terapeuta le anima a contar lo que ve. «Veo a Fernando Simón bailando manchegas», bromea el pensionista. Lo han intentado un montón de veces, pero es el sujeto menos sugestionable del mundo. El psicólogo no se rinde aún y pide que le cuente alguna anécdota. «Cuando nos casamos, ella parecía un corcel blanco y yo una rosa negra frente a la Puerta de Hierros», musita como si la tuviera delante. Hace una pausa para paladear el tiempo. Miguel tiene los ojos acuosos. Luego prosigue: «La piropeaban quienes pasaban y yo solo quería hacer el amor con ella en el hotel, pero nos quedamos dormidos en los cómodos sofás de recepción». No es el primero ni será el último que viene a su consulta porque no acepta que hayan suspendido la Feria de este año.                                                                           

jueves, 9 de julio de 2020

PERLAS DE CUARENTENA
















Entre el 16 de marzo y el 21 de junio, la pandemia del Covid-19 obligó al gobierno español a decretar el estado de alarma. En este marco, solo estaba permitido salir de casa en casos muy concretos. Poco a poco, las restricciones a la movilidad fueron relajándose. Pudimos volver a hacer deporte en el exterior, quedar con amigos o dar un sencillo paseo. Cada semana, solía poner por escrito algún pensamiento positivo que extraer de lo que sucedía. Feliz verano, mirones.

1. El silencio: no por extraño menos bello.

2. El sol: tomarlo en el balcón como los lagartos se ha convertido en una auténtica delicia.

3. La falta de prisas: hemos pasado de estar atacados de los nervios a disponer de todo el tiempo del mundo para dedicarlo a lo que más nos gusta. En mi caso, leer y escribir.

4. La zumba: una mezcla explosiva de diversión y deporte solo comparable a un buen petardo. Moisés, el profesor virtual, me ha salvado la vida.

5. Calles solitarias: es un placer pasear al perro por la carretera desierta sin temor a que te arrolle un coche, un patinete o una señora con el carro de la compra.

6. Llamadas: escuchar la voz de amigos se ha impuesto, por fin, a los impersonales mensajes de texto.

7. Los lametones de Wolf: cariño puro por las mañanas.

8. Las películas con mis hijos: enamorados del humor surrealista de «Amanece que no es poco» y «Así en el cielo como en la tierra», ambas del albaceteño José Luis Cuerda. Impagable la banda sonora de esta última: «Apocalipsis / fin de la historia / juicio final / y carne resurrecta».

9. No madrugar: alargar la noche todo lo posible y levantarse a cualquier hora no tiene precio.

miércoles, 10 de junio de 2020

EL REENCUENTRO
















Después de casi tres meses sin verse, las mujeres tenían mucho que comentar y los hombres poco que decir. No es que no hablaran, pero ellas llevaban el peso de la conversación frente a una mesa repleta de manjares exquisitos y vinos caros.
     —Nosotros solo hemos salido a tirar la basura —dijo Juana sin poder contener el orgullo.
     —¿Habéis sobrevivido con latas de calamares?
     —No, Luisa, hemos pagado para que nos traigan la compra a casa.
     Juan, que se frotaba las manos continuamente, restó importancia a las palabras de su mujer. Acababa de recibir un mensaje de la ecuatoriana que le limpiaba los bajos.
     —También hemos dormido en habitaciones separadas —insistió Juana con el obcecamiento propio de una mujer segura de sí misma.
     Luis sirvió más vino en las copas de todos, aunque ya estaba bastante achispado. Luego apuró la suya de golpe.
     —Y ahora dirás que no habéis follado —ironizó.
     Juan derivó la charla, muy astutamente, a la gestión política de la crisis sanitaria. Encendidos por el alcohol, los cuatro amigos lanzaron insultos a diestro y siniestro.
     —Tenemos un aparatito de esos que mide la temperatura —recondujo Luisa con un gritito agudo.
     —Nos presentamos voluntarios —afirmó triunfante Juana.
     Juan fue al baño y, al regresar, todos se habían medido la temperatura como si fuera un juego. Faltaba él. Sudaba copiosamente, reía sin ganas, le palpitaba el tic del ojo izquierdo.
     El medidor dio negativo, pero la ecuatoriana tenía una falta.

viernes, 29 de mayo de 2020

PÍCAROS DE CUARENTENA



Entre el 16 de marzo y el 26 de abril, el confinamiento derivado del estado de alarma dejó en nuestro país estampas grotescas, situaciones hilarantes, frases de antología. No pretendo juzgar a nadie. Yo mismo no sé qué habría hecho sin la obligación de pasear al perro alrededor de veinte minutos diarios. Todas las noticias, por irreales que parezcan, han sido tomadas de la prensa digital. No he inventado una sola palabra.

1. Centros deportivos: La Policía Nacional ha descubierto actividad deportiva encubierta en un gimnasio de Alicante. Los clientes accedían usando un código previamente acordado y, para disimular, entraban con bolsas o carritos de la compra.

2. Ancianos: Un madrileño de 77 años justificó su paseo alegando que se encontraba «cazando pokémons».

3. Mascotas: Agentes de la Policía Nacional han multado a un hombre en Logroño por saltarse el confinamiento para bajar a pasear a sus peces a la calle.

4. Deportistas: Un surfista de Guardamar alegó a los agentes de la Guardia Civil que creía que hacer deporte en el mar estaba permitido.

5. Enamorados: La Policía multó a una pareja a la que pilló en plena pedida de mano en una cala de La Coruña.

6. Familias pijas: Un matrimonio con tres hijos menores y la asistenta han sido sorprendidos en una playa clausurada de Jávea por riesgo de desprendimientos. Se enfrentan a una doble sanción.

7. Nuevos Mesías: La Policía Local de Alicante interviene ante las denuncias a un vecino que lanzaba este mensaje por un altavoz: «Os vais a morir todos».

8. Viciosillos: Los Mossos han detenido a ocho personas que participaban en una orgía, operación en la que se ha incautado gran cantidad de droga.

9. Abuelas enrolladas: Una anciana de Navarra dijo que iba de paseo por la siguiente razón: «Estoy aquí guardándole el speed a mi nieta». Tras serle intervenida la sustancia estupefaciente, la denunciada enseñó sus partes íntimas a los agentes.

viernes, 22 de mayo de 2020

GERMOFOBIA


Antes de que estallase la crisis sanitaria, Claudia se lavaba las manos del orden de unas cuarenta veces al día. Las tenía enrojecidas y despellejadas de tanto frotar. También usaba guantes para tocar cualquier objeto que hubiera por casa o en el trabajo, pero, ni siquiera con ellos puestos, se sentía segura de dar la mano a nadie. No hablemos de los besos de rigor a un amigo, de una caricia a un perro, de pasar las páginas de un libro. Los gérmenes acechan en cualquier contacto por pequeño que sea. La pandemia la mantiene en un estado de felicidad indescriptible. Ha acogido la recomendación de usar mascarilla con tanto entusiasmo que no se la quita ni para dormir. Ha dejado incluso de saludar. Los vecinos, acostumbrados, no hacen caso de sus extravagancias. El ministro de Sanidad ha declarado hoy que la principal forma de luchar contra el virus es lavarse las manos con frecuencia.

viernes, 8 de mayo de 2020

UN SOLO LATIDO
















Hace dos meses de este sindiós en el que está metida la humanidad entera por culpa de un insignificante virus. La lectura es clara: somos tan frágiles como nuestros sueños de inmortalidad.
            
Esta fragilidad ha sacado lo mejor y lo peor del ser humano, lejos del buenismo con que los medios de comunicación nos bombardean. Sus programas viven de la lágrima fácil o del optimismo masoquista que genera buenas audiencias.
            
Lo peor de la naturaleza humana aflora en carteles cobardes de corte antisemita que algún vecino anónimo ha dirigido a un sanitario o a una cajera de supermercado. Ni Álex de la Iglesia hubiera imaginado un comportamiento tan mezquino en una comunidad. Tampoco parecen enterarse los nacionalistas de que sus sueños lúbricos de autodeterminación han quedado relegados al psicoanálisis, aunque ellos se empeñen en hacer el ridículo más espantoso con polémicas como la de las 1714 mascarillas.
            
Afortunadamente, por primera vez en mucho tiempo, España rema en la misma dirección, se respira un solo latido, vamos todos a una. Hablo de gente que fabrica mascarillas gratis, que no sale de casa, que regala una llamada de teléfono, que desea feliz semana detrás de un mostrador, que desinfecta las calles, que salva vidas, que vela por nuestra seguridad o que ayuda a un anciano a buscar las llaves en un contenedor de basura. Tenemos espíritu de equipo.
            
Los españoles hemos aplazado nuestras costumbres, nuestras festividades e incluso nuestros afectos porque era necesario. No ha sido asignatura fácil. Los políticos deberían aprender del pueblo que, en tiempos difíciles, hasta los autónomos trabajamos por el bien común.

miércoles, 29 de abril de 2020

CUARENTONA




Cuando vino de la calle, Juan Córdoba se sintió observado por la mujer apoltronada en el sofá de escay. «Quítatelo todo, menos la mascarilla y los guantes», dijo con voz orgásmica de locutora de radio. El hombre la miró atónito, boquiabierto, confuso y acobardado. «¿No me has oído, coño?», gritó perentoriamente. Desvistiéndose, quiso saber si aquello era una especie de juego sexual o una feroz medida higiénica. Nadia Pardo, sonriendo a lo Marlene Dietrich, le obligó a envolver su cuerpo con papel transparente de cocina y a usar doble preservativo. Ella siguió el mismo protocolo de envasado al vacío salvo en los condones y, tras comprobar el hermetismo de las bandejas de carne que había repuesto cientos de veces, chocaron con brutal violencia animalesca. «Perdona, ¿el pollo?», preguntó una clienta de ojos azules embozada en una mascarilla casera.

miércoles, 22 de abril de 2020

SUSPENSE



Aquella mañana me levanté con una alegría inusitada. Mi padre, que llevaba dos semanas ingresado en el hospital de Alicante por una neumonía corriente, estaba a punto de recibir el alta. Disponía de tiempo libre para ir a la piscina.
            
Preparé la mochila y puse rumbo al Centro Deportivo Municipal Gran Vía. No imaginaba entonces que aquel paseo iba a ser el último durante una larga temporada. Elegí, como siempre, un parque de tierra que divide en dos la Avenida Juan Sanchis Candela. Los árboles derramaban su sombra al ritmo del piar de algún pájaro. El sol jugaba al escondite entre nubes perezosas. Con tres cuartas partes del trecho recorrido, recibí un brevísimo mensaje de mi mujer desde el hospital: «Problemas». El corazón me dio un vuelco. Al vecino de habitación de mi padre le estaban haciendo el test del Coronavirus. Si salía negativo, el médico nos daba el alta. Si salía positivo, veinte días más en cuarentena. Menudo suspense.
            
Reconozco que pensé en suspender la natación por razones de seguridad, pero pudo más la promesa del ejercicio físico. En el vestuario, se respiraba un ambiente de calma chicha. Caras de preocupación, charlas a gritos, miradas perdidas. Hice mis largos dándole vueltas a la cabeza. Iba tan despistado que, al cambiar de calle, un nadador saltó sobre mí. Menos mal que el agua amortiguó el golpe.
            
Alrededor de las tres de la tarde, llamaron del hospital. Reconocí la voz amable de una enfermera que nos había atendido. Me informó del resultado de la prueba. Di las gracias y suspiré. Un par de días más tarde, Pedro Sánchez decretaba el estado de alarma en todo el país. Mi padre gruñe en casa sin valorar que se ha salvado por los pelos.

miércoles, 8 de abril de 2020

EL PERRO

















En la comunidad de vecinos de la urbanización Las Pelusas solo había un perro, el de Carla la transexual. Cuarenta vecinos y un solo perro. El presidente, provisto de mascarilla, trasladó a la propietaria la voluntad de algunos inquilinos de pasear al animal para hacer más tolerable el confinamiento. Carla, en bata de franela, sonrió maliciosamente. Aquel hombre jamás la había saludado y una vez se puso tan nervioso que nunca volvió a compartir ascensor. En las reuniones, le parecía chistoso llamarla Carlos Martínez, aunque hacía años que había actualizado su carnet. El perro ladró dentro como si entendiera. El presidente sudaba copiosamente mientras se retorcía las manos. Creyó oportuno añadir —recalcando el pronombre personal femenino— que pagarían el alquiler que ella fijara. «¿Para qué están las vecinas?», dijo tendiéndole la correa.

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