miércoles, 30 de mayo de 2018

MEMORIAS DEL LOBO BLANCO




Aquella mañana me levanté con la sensación de que terminaba una época y empezaba otra. En realidad, aún faltaba mucho para que mi hija fuera una mujer, pero, a partir de entonces, empezaría a dejar de ser una niña. Ya asomaban sin prisa sus nuevas formas.
            
Después de desayunar, entré en la ropa como el buzo que se introduce en la escafandra. Obligado por la etiqueta. Al menos, mi etiqueta me permitía vestir de negro, llevar la camisa por fuera o prescindir de corbata. Consulté mi reloj: era el momento de mirarme por enésima vez en el espejo antes de acudir a la iglesia.
            
Solo comulgaban siete niños aquel trece de mayo, una fecha que quizá espantase a más de un supersticioso. El templo estaba adornado de forma sencilla. Los murmullos bajaron de tono cuando el cura subió al púlpito con una camiseta de corazones. De esa guisa, animó a largarse a quienes no tuvieran ánimo para aguantar la ceremonia. Muchos resistimos por comprobar si celebraba misa en manga corta.



















Mi madre, con orgullo de abuela, leyó la primera lectura. Esta vez tuvo cuidado de no torcerse el tobillo al bajar los escalones desde el púlpito. Meses atrás, había protagonizado una aparatosa caída que le habría valido un premio en Vídeos de primera.
            
Observé a algunos familiares en los primeros bancos. Imagino que deseaban mostrar su cariño y, por supuesto, no perderse ningún detalle de la ceremonia. Clara parecía un ángel del disimulo. Una seriedad impostada maquillaba sus ganas infinitas de reír sin ningún motivo concreto. El principio de la edad adulta. Al comulgar, probablemente pensó que habría estado mejor un trozo de queso.
            
Una vez acabada la parte religiosa, debíamos hacer tiempo hasta el banquete. Hubo invitados que pasaron por casa y otros que desaparecieron misteriosamente hasta la comida. Cada cual según le apeteciera, que para eso vivimos en democracia.




El restaurante disponía de un jardín interior para juegos y de varios salones reformados. En uno de ellos, nuestro convite tenía lugar con la calma de un día de verano. Un biombo nos separaba de otra Comunión que, por el escándalo, parecía sacada de una canción de Raphael.
             
La mesa de los amigos estaba curiosamente en las antípodas de la de los padres. Allí nos juntamos algunos profesores, entre ellos dos maestros de mi hija. Tuvieron el detalle de regalarnos su presencia y su buen rollo. Pedimos las habituales bebidas en estos casos. El camarero trajo una cubitera para el vino. La necesitaríamos.
            
El servicio se atascó en el tercer plato del aperitivo, pero apenas nos dimos cuenta. Tan entretenidos estábamos comentando el enésimo fracaso de España en Eurovisión. Algunos invitados se confundieron al tomar la dirección del baño. Era perversamente divertido verlos meterse en el aseo de trabajadores, situado tras unas cortinas. El nuestro se hallaba en un estrecho pasillo a la sombra de una celosía. Un cartel sobre la taza del váter aconsejaba: «Reogamos que tiren de la cadena».




Niños y ancianos comenzaron a impacientarse. Los primeros pidieron salir al patio con urgencia de presidiarios; los segundos ordenaron con cajas destempladas que pusiéramos un petardo en el culo a los camareros. Por fortuna, la comida aparecía de vez en cuando para rebajar los ánimos. Me pareció sabrosa pero poco abundante. Imaginé a los de Albacete asaltando alguna máquina de bocadillos.      

Fue pedirme una copa y llegaron las inevitables despedidas. Un goteo constante que me llenó de nostalgia por aquellos familiares que no volvería a ver en años y de alivio por haber cumplido. Algunos dijeron: «La próxima, la boda». Yo me froté las manos pensando que, para entonces, casi nadie se casaría. En ese instante, mi hija pasó por mi lado riéndose con esa claridad tan cristalina suya.


4 comentarios:

  1. El tiempo pasa deprisa y pone la vida boca abajo para probar la flexibilidad del corazón de los padres.

    Un abrazo.

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    1. Es fácil adaptarse a los cambios cuando se llevan con naturalidad y humor.

      Un abrazo.

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  2. Gracias por compartirnos las intimidades de ese evento. Preciosa tu niña
    =)
    Un abrazo

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    1. Hay que añadir a la vida un poco de juego para no volvernos del todo adultos.

      Un abrazo.

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