Desde pequeño, mi sueño fue vivir en un cementerio. Neil Gaiman lo ha hecho realidad con este libro deliciosamente melancólico.Su protagonista es un niño llamado Nadie. Cuando sólo era un bebé, su familia fue asesinada por un matón llamado Jack. Él, inquieto como una lombriz, huyó gateando y se refugió en el cementerio. Desde entonces, los fantasmas le acogen como a uno más y le protegen del asesino. ¿Una metáfora de la vida?
La novela abarca varias edades en la vida de Nadie: desde la niñez hasta la adolescencia. Plagada de personajes inolvidables, mis favoritos son la niña bruja y el tutor del muchacho: Silas. Una especie de criatura de la noche reconvertida en padrino.
A pesar de que el asesino acecha, el chaval desea abandonar el cementerio para incorporarse al instituto, para llevar, al fin y al cabo, una vida normal. Una decisión que puede costarle el pellejo. La ilusión de mi vejez: un alumno con esas ganas...
Un ejemplo de cómo los hijos crecen y cada edad exige de los padres un apoyo diferente. La firme y etérea mano en el hombro.



