Una biblioteca es una familia tan extraña y disfuncional como cualquier otra, sobre todo si está situada en un pequeño barrio como Carolinas. Allí me ha llevado el vicio de leer durante más años que los que escribo. En tanto tiempo, como no soy una ameba, he entablado amistad con las sacerdotisas de ese templo pagano y con algún que otro sacerdote.
No me arrepiento, aunque ahora duela. Una de esas amigas se ha ido a poco de iniciarse el año, cuando aún brindábamos con champán por una nueva oportunidad de ser felices.
Era la nueva. Venía a sustituir a unos bibliotecarios estupendos con los que incluso tomaba café de vez en cuando. Los trasladaban como si fuesen curas. Estaba un poco nervioso, la verdad. María Luisa y yo encajamos bastante bien desde el primer momento. Con el paso de los meses, hasta llegué a olvidar a los anteriores. Entonces no había whatsapp.
Me prestó varios libros personales, pero ninguno como El libro del cementerio de Neil Gaiman. Cuenta la historia de un niño cuyos padres mueren a manos de un despiadado asesino. El crío huye al cementerio, donde recibe la protección de los difuntos. Después de esta novela al más puro estilo romántico, buceé en otras obras del autor. Hoy en día es uno de mis escritores favoritos.
Me presentó a Esther Planelles en una reunión de escritores noveles si no me falla demasiado la memoria. Creo que estaba orgullosa de conocer a tantos juntaletras, entre cuentistas y poetas. Nadie podía imaginar por aquel entonces que ese par de chalados acabarían escribiendo un libro juntos. María Luisa leyó el primer borrador de Pelusillas en el ombligo y, aún no me explico cómo, sobrevivió.
Elena y Bienvenido volvieron, una para quedarse y el otro de visita. La nueva empezó a faltar cada vez con más frecuencia. Elena daba noticias con una lealtad más propia de una amiga que de una compañera de trabajo.
Entre la luz y la sombra del vasto océano, salió a la superficie para coger aire en varias ocasiones. Entonces creímos que había regresado, pero se estaba zambullendo entre las corrientes bailarinas.
Santa Claus no se la devolvió a Angelita, un personaje de cierto cuento navideño que no tenía a nadie más. Sin embargo, le hizo un regalo: la suerte de haberla desconocido. Hasta siempre, amiga.
También a mí me prestó ese libro de su biblioteca personal; la generosidad era una de sus más asombrosas cualidades. Otra, para mí, era su naturalidad: transparente, asertiva, juiciosa. Nunca habría acudido a aquella reunión de escritores de no ser por ella; recuerdo que también conocimos allí a Carmen Juan (poeta reconocida) y a Chelo Gisbert (talentosa cuentista y empedernida ganadora de concursos).
ResponderEliminarEsperaba volver a verla para llevarle una tableta de chocolate con naranja y maquinar una forma de conseguir un libro descatalogado de Espido Freire que tantas ganas teníamos de leer.
Elena, Bienvenido y montones de usuarios de la biblioteca Pla-Carolinas la echaremos en falta. Ahora sé que una biblioteca pública no es solo un lugar donde se prestan libros, también es un pequeño oasis donde encontrar amigos y amigas de carne, hueso y corazón.
Un abrazo.
Esa tableta de chocolate con naranja me la puedes traer a mí. Bastará con que la dejes en el buzón de mi casa. Seguro que María Luisa lo comprende.
EliminarUn abrazo.
Triste "hasta siempre", triste y sentido. Lo lamento por Angelita, pero lo lamento más por todos esos usuarios de la biblioteca que se han quedado huérfanos. Si ha sido capaz de sacar estas palabras de ti, Maria Luisa debía valer mucho. Que los buenos libros la acompañen.
ResponderEliminarUn abrazo.
Nunca creí que tuviera que escribir sobre alguien que se ha ido, pero supongo que esto hace que valore más lo estupenda que es la vida.
EliminarUn abrazo.
Qué entrañable tenía que ser Angelita...Qué gusto da encontrarse con alguien así que te hace disfrutar todavía más de lo que te gusta, abriéndote nuevos horizontes.
ResponderEliminarNo he frecuentado demasiado la biblioteca de mi pueblo, sin embargo ahora me he apuntado a un club de lectura de novela negra, la bibliotecaría, Carmen, que es quién lo imparte, me da la impresión de que es otra Angelita...me encanta haberla descubierto, aunque sea tarde pues se jubila este año.
Un beso
Angelita es un personaje de cuento que me inventé para explicar ese afecto que se crea entre bibliotecario y lector. Estoy seguro de que tu bibliotecaria es tan enrollada como lo era María Luisa.
EliminarUn abrazo.