Claudia era una atractiva doctora de treinta y ocho. Aunque éramos vegetarianos, basábamos nuestra relación en la carne.
Devorándonos una tarde en su apartamento, le pregunté por qué era tan reacia a la práctica del sexo anal.
—Tómate esta pastilla y ven a mi consulta mañana temprano —dijo de forma enigmática.
—¿Qué es? —pregunté receloso.
—Tranquilo, es absolutamente inofensiva.
—¿Estás loca? —la increpé a la mañana siguiente—. Me duele el alma. ¿Por qué me das una lavativa?
Fue taxativa:
—¿A que jode?
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Paseaba con Carmen una tarde de verano cuando se acercó una mujer a saludarla. Deduje por la conversación que eran viejas amigas del pueblo....
Jose, creo que está todo dicho...y sin hablar. Para qué comenzar debates que quizás no lleven ningún sitio excepto a acumular reproches y enfados...Jajaja, eres genial, qué ingenio el tuyo.
ResponderEliminarBesos y un fuerte abrazo.
Es un ejemplo un poco bestia, lo sé, pero es que la libertad de uno acaba donde empieza la del otro.
ResponderEliminarUn abrazo.