Lo peor no era el amasijo de hierros ni la gente pidiendo socorro desesperada.
Lo peor eran los móviles sonando en el techo del vagón siniestrado. El policía
se agachó y cogió uno. Apretó el botón verde y una voz le hizo tres mil
preguntas en un segundo. Trató de contener las lágrimas pero no pudo. Pensó en
su familia. Estuvo a punto de colgar, pero en el último instante tragó saliva y
dijo:
—Lo siento, señora,
no soy Álex ni sé dónde está… Le prometo que haremos todo lo posible. Ahora
tengo que dejarla.
—Lo comprendo
—escuchó al otro lado de la línea—. Sólo le pido un favor.
—Señora... hay mucha
gente aquí que…
—Por lo que más quiera, siga
contestando móviles.Incluido en el ebook colectivo La nevera.
Precisamente, Jose, tocas en este micro un tema que a mí me sobrecogió. Me imaginaba todos esos móviles sonando, todas esas familias desesperadas, todos esos viajeros que nunca contestarían la llamada... Seguramente hubiesen sido necesarios muchos policías como el de tu relato, porque es cierto que escuchar una voz, sea de quien sea, en un momento de máxima angustia, reconforta.
ResponderEliminarNos costará olvidar esta tragedia.
Un abrazo.
Yo no podría haber explicado mejor el proceso que me llevó a escribir este micro. Primero la inútil presencia de todos esos móviles perdidos. Luego lo que puede ayudar una palabra dicha a tiempo. Nosotros los escritores lo intuimos: la literatura, a veces, salva vidas.
EliminarUn abrazo.