Os preguntaréis cómo.
El vecino del chalet contiguo me visitó un día con su ropa militar ceñida y un
brillo de fusil de asalto en la mirada. «Nos conocemos hace tiempo, Rebeca», empezó
mientras la taza de té temblaba al ritmo de mis rodillas. Terminó: «Si yerro,
me volaré los sesos y el búnker es tuyo».
Traté de disuadir a Miguel con la
quimera de venderlo todo y huir a cualquier parte juntos. Solo se avino a
esperar el apocalipsis conmigo.
¡Disfrutarlo! :) Eso es lo que hay que hacer con ese búnker. La de fiesta secretas que uno se puede montar ahí, no tiene precio.
ResponderEliminarUn abrazo :)
No está mal pensado eso de utilizar el búnker como discoteca improvisada, pero igual prefiere criar caracoles.
EliminarUn abrazo.
No me gustaría tener a ese tipo de vecinos, qué miedo...
ResponderEliminarLos fanáticos y belicosos cuanto más lejos mejor.
EliminarUn abrazo.
Quien a yerro muere... Un abrazo, lobo.
ResponderEliminar... deja una cosa clara: no existen certezas absolutas. Ni siquiera en materia de apocalipsis.
EliminarUn abrazo.