Estaban completamente solos, pero no sintieron el desamparo que produce un lugar vacío. La camarera iba vestida de manchega. Cuchichearon cuando se hubo marchado. La carta ofrecía desde lomo de orza hasta queso frito pasando por los típicos cascos de patata.
En lugar de emocionarse, el hombre tuvo vértigo. Ella le convenció para que disfrutara. Como aquella vez que subieron al tapiz y él se mareó. Por no hablar de la vergüenza que pasó en la noria porque unos niños se reían de sus gritos.
Pidieron la cuenta y trajeron mojitos. El cocinero, de Pozo Lorente, salió a preguntar si les había gustado la cena. Al pisar la calle, la ciudad en ruinas los recibió con su silencio apocalíptico. Se pusieron las máscaras antigás antes de iniciar el regreso a ninguna parte.
El apocalipsis parece que les ha llegado a tus personajes, no se si nosotros estamos lejos o muy cerca, pero si que parece que vamos camino de ello y no tiene remedio mientras existan negacionistas ocupando puestos de poder.
ResponderEliminarSaludos
Desde la Pandemia, estamos más sensibilizados con el tema. Algunos dirigentes, sin embargo, no han aprendido nada.
EliminarSaludos.
La muerte los salvará de tanta zozobra.
ResponderEliminarSaludos.
Mientras llega, el ser humano es un superviviente nato que tiene en la imaginación una de sus armas más poderosas.
EliminarSaludos.
Ser viejo tiene alguna ventaja (yo las busco todas) y una es que no veré ese final. Abrazos
ResponderEliminarLa humanidad ha salido de todos los atolladeros de la historia. Es como el teatro: siempre al borde de la extinción.
EliminarUn abrazo.