Mi Manderley es Guardamar y regreso en sueños a los aromas de la infancia. La casa de la calle San Pedro está llena de todas las personas que la habitaron y, algunas noches, como en el hotel Overlook, los fantasmas celebran un conciliábulo que molesta a sus actuales propietarios.
Mis tíos se pasean por el piso de abajo. Angelita enchufa la televisión para ver la telenovela del momento: «Cristal». Juan me ha enseñado a disparar una escopeta de balines. De repente, suena el timbre de la puerta. El primo Antoñico viene de visita: su talante alegre hace que se le quiera como a un soplo de aire fresco. Cantan las chicharras. La tarde declina con esa languidez propia del verano. Sacamos unas sillas a la calle. Por la camisa abierta, asoma la prominente barriga de mi padre.
Si los sofás del salón hablaran, contarían el amor que derroché con Sandra. Besos de nube, de reencuentro, de deseo, de despedida, de comerse a besos. Nos quisimos tanto que acabamos odiándonos.
Poco a poco, la casa se quedó vacía. Las horas pasaban con una lentitud feroz. Llevaba a mis hijos a la playa por la mañana y la abuela los secuestraba al atardecer para arrastrarlos a la iglesia.
Cuando Angelita murió, mi tía de Albatera se lució diciendo que había dejado un hueco muy grande. Siempre fue ancha de carnes y alegre de espíritu. Nunca volveremos a Guardamar, pues se ha convertido en un teatro de sombras. Hasta los desconchones de las paredes me recuerdan que la felicidad está junto a las personas que quieres.
Cuantos recuerdos habitan en las casas de la infancia, y escribirlos ayuda a que siempre estén vivos. Un abrazo
ResponderEliminarEs como tener el corazón lleno de grillos: necesitas sacarlos para que te dejen dormir.
EliminarUn abrazo.
Al final es lo que debe quedarse, los buenos recuerdos.
ResponderEliminarSaludos
Como si fuera Frankenstein, uno es un poco todas las personas que ha conocido.
EliminarSaludos.
Enhorabuena por el relato, íntimo y evocador.
ResponderEliminarSeas quien seas, muchas gracias.
EliminarBonito relato.. me recordó a mi infancia los veranos que pasé junto a mis abuelos y otros familiares. Un abrazo
ResponderEliminarLa infancia nos deja marcados como los surcos de un vinilo.
EliminarUn abrazo.
ResponderEliminarQuerido primo,
Tus palabras me han tocado profundamente, porque, como bien dices, lo vivido nos marca, y Guardamar sigue siendo tu Manderley, el lugar donde los recuerdos se enredan con los sueños. La casa de la calle San Pedro sigue viva en mí, con su eco de risas, amores, y despedidas, aunque ahora los fantasmas celebren sus reuniones en silencio.
Puedo ver a Angelita, siempre con su energía, frente a la tele, y a mi padre asomándose a vuestra casa con su sonrisa y vitalidad, fruto de una época que ya no volverá. Es curioso cómo el pasado se entrelaza con el presente, y aunque la casa haya quedado vacía, sigue llena de aquellos momentos que compartimos.
Gracias por recordármelo, por ayudarme a volver, aunque sea en sueños, a esos veranos interminables donde las chicharras cantaban y nosotros aún creíamos que todo duraría para siempre.
Un abrazo fuerte,
Roberto
Sabía que te sentirías identificado, pero no imaginaba que mis palabras te llegaran tan adentro. Para eso se escribe.
EliminarUn cariñoso abrazo.
Con este relato he vuelto a mis veranos en un pueblo de Huesca.
ResponderEliminarTuve la suerte de vivir esos veranos...
Ahora esa casa tan grande está cayéndose... qué pena.
Nosotros decidimos darle a la casa unos dueños nuevos: es la mejor forma de conservarla.
EliminarSaludos.
Añoramos las personas, las casas sin ellas son cáscaras vacías...
ResponderEliminarUn abrazo!
No podría haber resumido mejor el espíritu del texto.
EliminarUn abrazo.