
lunes, 8 de noviembre de 2010
UNA DE TEATRO

En esta edición me ha tocado una entrada doble para ver Exitus, de los geniales Diego Lorca y Pako Merino, autores de la tragicomedia Folie à deux: sueños de psiquiátrico (2004).
Porque la vida es sueño y ya habrá tiempo de dormir.
jueves, 4 de noviembre de 2010
CORALES

Con la sencillez que caracterizaba a los versos de Bécquer, Emilio Porta ratifica en Corales (Asociación de Escritores y Artistas Españoles, 2010) que la poesía es eterna.
Sirviéndose del coral, un ser vivo a caballo entre lo animal y lo mineral, establece comparaciones nada anecdóticas entre la poesía y la vida humana.
Para empezar, nosotros vivimos sujetos al calendario; la poesía representa una libertad desconocida para el ser humano. El solo atisbo de la misma hace que nos sintamos esclavos.
La poesía es la base de la vida. Sin ella, nos faltaría ese asombro y esperanza que nos salvan del absurdo de existir.
Por último, la poesía pasa desapercibida: “No por ocultos / menos existentes. / Ni por callados / menos sabios.” He aquí una crítica a la sociedad de consumo, en la que aquello que no sale por televisión no existe.
En conclusión, un poeta que demuestra cuán importante es la palabra para compartir sensaciones que, de otro modo, se quedarían en forma de corales.
viernes, 29 de octubre de 2010
ANIVERSARIO

Porque el tiempo no cura nada, quiero acordarme de aquel amor adolescente que nunca volverá.
Va por ti, estés donde estés.
martes, 26 de octubre de 2010
ESOS LOCOS TERTULIANOS
La charla del pasado viernes en la biblioteca Pla-Carolinas de Alicante no supondrá un paso de gigante en mi carrera literaria, pero creo que los que asistimos lo pasamos como un chino comiendo arroz.
La primera en intervenir fue Chelo Gisbert, que demostró que en el mundo de las letras no hay edad, que cualquiera que se lo proponga puede conseguir escribir un cuento desde la humildad y el trabajo bien hecho.
Luego habló Esther Planelles, una maestra que ha descubierto que la escritura no sólo sirve como medio de entretenimiento, sino también para enseñar valores.
Cuando me tocó a mí, llevábamos casi una hora de tertulia. Diversos temas que iban más allá de la literatura habían surgido de la forma más inesperada. Por eso, creí oportuno no extenderme demasiado. Hablé de la sorpresa que supuso la publicación de El Mirador, mi primer libro de cuentos, de la regularidad con que escribo actualmente, de las dificultades de distribución que he encontrado con mi editorial.
Tras el abandono de la animadora sociocultural por aburrimiento, escuchamos a Carmen Romero, joven promesa de las letras en nuestro país.
Me queda la sensación de que en este barrio necesitamos un lugar de encuentro para gente que sienta la necesidad de expresarse, sea a través de la literatura, sea por medio del rajar. Ojalá.
martes, 19 de octubre de 2010
ENCUENTRO DE ESCRITORES NOVELES

Chelo, Ester y yo hablaremos de lo que nos impulsa a escribir y, al menor descuido, leeremos un cuento. También recomendaremos a un vividor del cuento que nos interese.
La charla tendrá lugar en la biblioteca Pla-Carolinas de Alicante, este viernes a las 17:30 horas.
lunes, 11 de octubre de 2010
SEMÁFOROS

La mayoría de la gente no espera a que el semáforo esté en verde para atravesar la calle. Les quema el culo. Para ésos no está indicado Cuentos para esperar en los semáforos, la ópera prima de Áster Navas (Barakaldo, 1963).
Los pacientes viandantes obtendrán la recompensa de un libro pequeño repleto de grandes relatos.
Descubrirán en “Te imagino” que el oficio de escribir es imaginar aquello que no se ve o que sólo se entrevé. Se pedirán fuego y conversarán durante unos instantes de cualquier cosa banal, llegando a admitir que “el tiempo del que se dispone para cruzarlos es tan limitado que resulta difícil relacionarse e intimar”. Esto les hará sonreír de placer, incluso reírse de las esquelas personalizadas que aparecen en el diario que está expuesto en el quiosco que hay junto al semáforo. Llamarán al móvil a todos los que esperan menos a ellos. Ella, para olvidar ese bochorno, le contará chistes. Él se los terminará porque tiene memoria de pez.
Al cambiar el disco, se irán directos a la habitación de hotel que se anuncia en la página 14 del periódico que ella ha comprado. A la mañana siguiente, él leerá la nota prendida al espejo: “Nunca fui mujer de un solo paraguas”.
Desde entonces, Toño se excita diciendo obscenidades a la voz femenina del contestador de Telefónica. La felicidad es un sueño.
Juan José Millás le llamará un día y, mientras toman un café, alabará sus paralelismos. Tarde, muy tarde comprenderá que es una planta carnívora. Ya le habrá devorado la pasión por la literatura.
viernes, 8 de octubre de 2010
MAESTRO
lunes, 4 de octubre de 2010
COLABORO EN "TIRANO BANDERAS"

Éste es el enlace:
http://www.erabradomin.org/rev11/abre.html
jueves, 23 de septiembre de 2010
LUNA

A mí nunca me han gustado los perros. Me cuesta un mundo acariciarlos; quizá sea la falta de costumbre. No soy el único. Me consta que hay muchos que las pasan caninas. Incluso peor. Creo que en las escuelas se debería educar esa parte animal que todos llevamos dentro.
De todos los chuchos que he tenido el disgusto de encontrar en mi vida, Luna era el más astuto. Jamás me pidió una caricia. Yo no era su dueño; sólo pasaba por allí de vez en cuando. Creo que fue esa resignación lo que acabó derribando los muros infranqueables de mi antipatía.
La otra madrugada dejó de latir su corazón. Le explotó en el pecho. Lo tenía demasiado grande. Tanto que jamás me pidió nada. Bueno, sí, algo de desayunar por llevarme la contraria.
Incluido en la antología Amigos para siempre, publicada por editorial Hipálage.
miércoles, 15 de septiembre de 2010
MARRAKECH: Nubes y claros



El cielo de Marrakech no tiene una sola nube. Es claro como la mirada de sus habitantes. Sin embargo, encontré algunas nubes en mi camino. Lo más apropiado en estos casos es llevar un paraguas o, como dice el manual del perfecto viajero, echar mano de imaginación.
La primera impresión que tuve de la ciudad no fue nada halagüeña. Humo de motocicletas, ruido de cláxones, un calor que ni el mismísimo infierno, un mercado de fruta podrida. Por suerte, compartimos taxi desde el aeropuerto hasta el hotel con una pareja. Digo que fue una suerte porque el precio de este transporte se regatea con el conductor.
El hotel sólo disponía de aire acondicionado en las habitaciones, con lo cual os podéis imaginar lo que era subirse al ascensor. Ni la fragua de Vulcano. De todas formas, la primera cena en Marrakech fue casi mágica, pese a ser un simple tajine de pollo con olivas. Quizás no lo comprendáis, pero a mi estómago le supo a gloria tras varias horas de avión y mi espíritu lograba un sueño largamente acariciado. Ya estábamos allí.
A la mañana siguiente, la sorpresa del siglo. A mí que me suelen dar las tantas en la cama, miré el reloj y eran las siete. Milagros de la diferencia horaria, que en esta época del año es de menos dos. No acabaron ahí las inquietudes. El aparato del aire acondicionado goteaba, no disponían de llave de la caja fuerte y nuestra habitación daba a una avenida cuyo tráfico era rabioso. Mi mujer, de hecho, no pegó ojo. No creáis que somos unos tiquismiquis. Ahora es época de Ramadán y esta peña vive de noche. Además, conduce a base de bocinazos. Todo se solucionó con un oportuno cambio de habitación.
El centro neurálgico de Marrakech es la plaza Jamaa El-Fna, una especie de feria a lo bestia situada cerca de la Medina. Tenderetes de carne a la plancha, encantadores de serpientes, aguadores, mujeres que adornan tu piel con tatuajes de henna no siempre solicitados. De noche, una miríada de faroles de gas ofrece la impresión de una reunión alegre de almas en pena. Un niño me vendió, mientras cenaba en uno de los tenderetes, una cajita de madera. De su interior surge el sobresalto de una negra serpiente. A mis hijos les encantó.
En torno a la plaza, un dédalo de callejuelas de dudosa catadura. Son los enigmáticos zocos. Las gentes que los habitan venderían a su padre. Tienen una habilidad innata para embaucarte con mil reclamos. Aunque, sobre todo, van a por las mujeres. Si quieres salir bien parado, debes regatear el precio que te pidan. Mi mujer compró dos chilabas de niña, una de niño, una camisa bordada y un pañuelo por 380 dirhams, unos 38 euros. Bajo ningún concepto regatees si no piensas comprar.
Es un pecado mortal no acudir a un hammam o baño turco. El nuestro tuvo el aliciente de haber contado entre sus clientes con Pablo Carbonell o Fele Martínez. Eso no nos motivó tanto como el precio razonable y la calidad del servicio. A saber: masaje integral de una hora, raspadura con jabón negro, sauna y té moruno. Resulta exasperante la tranquilidad con que se toman las cosas. Me dejaron abandonado en la sauna caliente, donde una máquina ruidosa no cesaba de echar vapor. Al borde de la lipotimia, franqueé la puerta y señalé mi reloj. El árabe se lavaba una de las cinco veces que es obligatorio al día.
Después de los negocios, la otra gran pasión de los árabes es conducir. Navegan en motos negras con sus chilabas blancas y parecen fantasmas a la carrera. Una carrera a cámara lenta envuelta en gases tóxicos.
Tras sobrevivir al hammam, necesitábamos una buena orgía de cous cous para reponer fuerzas. Dos cosas no olvidaré de aquella noche: la empalagosa música en directo y que mi mujer, al extraer un cigarro del bolso, descubrió que le faltaba la cámara.
A la mañana siguiente, le suplicamos a nuestra guía árabe que nos permitiera una parada en el hammam. La habíamos contratado el último día para que nos enseñara los palacios de los alrededores. Sospechábamos que era en la taquilla del baño donde nuestra cámara se había rezagado accidentalmente. Creemos que sigue allí, en algún rincón de Marrakech.
La guía, de nombre impronunciable, hablaba un perfecto castellano. Nos llevó al Palacio de la Bahía. Marrakech es una ciudad de interior. Raro nombre para un palacio, dije. Ba Amhed lo mandó construir en el siglo XIX en honor a una mujer llamada Bahía, que significa “resplandeciente”.
Un par de detalles me llamaron la atención de nuestra guía. El primero, que tras hablar de las costumbres funerarias árabes, consistentes en enterrar los cadáveres sin velatorio debido al calor, surgió el tema de la catalepsia. Le pregunté, iluso de mí, si había leído a Poe, el gran escritor inglés. Negativo. El segundo, que en toda la mañana probó ni una sola gota de agua. Allí todo el mundo practica el Ramadán, excepto los enfermos y las embarazadas. Nos cocíamos a 40 grados a la sombra.
Parece mentira que haga una semana ya de todo aquello; fuimos con la intención de impregnarnos de los perfumes y las esencias florales. Todavía huele a menta en mi casa, pese a haber agotado la provisión de pastelitos árabes. Volveremos algún día para contemplar el desierto con una pizca de picante en los ojos.
La primera impresión que tuve de la ciudad no fue nada halagüeña. Humo de motocicletas, ruido de cláxones, un calor que ni el mismísimo infierno, un mercado de fruta podrida. Por suerte, compartimos taxi desde el aeropuerto hasta el hotel con una pareja. Digo que fue una suerte porque el precio de este transporte se regatea con el conductor.
El hotel sólo disponía de aire acondicionado en las habitaciones, con lo cual os podéis imaginar lo que era subirse al ascensor. Ni la fragua de Vulcano. De todas formas, la primera cena en Marrakech fue casi mágica, pese a ser un simple tajine de pollo con olivas. Quizás no lo comprendáis, pero a mi estómago le supo a gloria tras varias horas de avión y mi espíritu lograba un sueño largamente acariciado. Ya estábamos allí.
A la mañana siguiente, la sorpresa del siglo. A mí que me suelen dar las tantas en la cama, miré el reloj y eran las siete. Milagros de la diferencia horaria, que en esta época del año es de menos dos. No acabaron ahí las inquietudes. El aparato del aire acondicionado goteaba, no disponían de llave de la caja fuerte y nuestra habitación daba a una avenida cuyo tráfico era rabioso. Mi mujer, de hecho, no pegó ojo. No creáis que somos unos tiquismiquis. Ahora es época de Ramadán y esta peña vive de noche. Además, conduce a base de bocinazos. Todo se solucionó con un oportuno cambio de habitación.
El centro neurálgico de Marrakech es la plaza Jamaa El-Fna, una especie de feria a lo bestia situada cerca de la Medina. Tenderetes de carne a la plancha, encantadores de serpientes, aguadores, mujeres que adornan tu piel con tatuajes de henna no siempre solicitados. De noche, una miríada de faroles de gas ofrece la impresión de una reunión alegre de almas en pena. Un niño me vendió, mientras cenaba en uno de los tenderetes, una cajita de madera. De su interior surge el sobresalto de una negra serpiente. A mis hijos les encantó.
En torno a la plaza, un dédalo de callejuelas de dudosa catadura. Son los enigmáticos zocos. Las gentes que los habitan venderían a su padre. Tienen una habilidad innata para embaucarte con mil reclamos. Aunque, sobre todo, van a por las mujeres. Si quieres salir bien parado, debes regatear el precio que te pidan. Mi mujer compró dos chilabas de niña, una de niño, una camisa bordada y un pañuelo por 380 dirhams, unos 38 euros. Bajo ningún concepto regatees si no piensas comprar.
Es un pecado mortal no acudir a un hammam o baño turco. El nuestro tuvo el aliciente de haber contado entre sus clientes con Pablo Carbonell o Fele Martínez. Eso no nos motivó tanto como el precio razonable y la calidad del servicio. A saber: masaje integral de una hora, raspadura con jabón negro, sauna y té moruno. Resulta exasperante la tranquilidad con que se toman las cosas. Me dejaron abandonado en la sauna caliente, donde una máquina ruidosa no cesaba de echar vapor. Al borde de la lipotimia, franqueé la puerta y señalé mi reloj. El árabe se lavaba una de las cinco veces que es obligatorio al día.
Después de los negocios, la otra gran pasión de los árabes es conducir. Navegan en motos negras con sus chilabas blancas y parecen fantasmas a la carrera. Una carrera a cámara lenta envuelta en gases tóxicos.
Tras sobrevivir al hammam, necesitábamos una buena orgía de cous cous para reponer fuerzas. Dos cosas no olvidaré de aquella noche: la empalagosa música en directo y que mi mujer, al extraer un cigarro del bolso, descubrió que le faltaba la cámara.
A la mañana siguiente, le suplicamos a nuestra guía árabe que nos permitiera una parada en el hammam. La habíamos contratado el último día para que nos enseñara los palacios de los alrededores. Sospechábamos que era en la taquilla del baño donde nuestra cámara se había rezagado accidentalmente. Creemos que sigue allí, en algún rincón de Marrakech.
La guía, de nombre impronunciable, hablaba un perfecto castellano. Nos llevó al Palacio de la Bahía. Marrakech es una ciudad de interior. Raro nombre para un palacio, dije. Ba Amhed lo mandó construir en el siglo XIX en honor a una mujer llamada Bahía, que significa “resplandeciente”.
Un par de detalles me llamaron la atención de nuestra guía. El primero, que tras hablar de las costumbres funerarias árabes, consistentes en enterrar los cadáveres sin velatorio debido al calor, surgió el tema de la catalepsia. Le pregunté, iluso de mí, si había leído a Poe, el gran escritor inglés. Negativo. El segundo, que en toda la mañana probó ni una sola gota de agua. Allí todo el mundo practica el Ramadán, excepto los enfermos y las embarazadas. Nos cocíamos a 40 grados a la sombra.
Parece mentira que haga una semana ya de todo aquello; fuimos con la intención de impregnarnos de los perfumes y las esencias florales. Todavía huele a menta en mi casa, pese a haber agotado la provisión de pastelitos árabes. Volveremos algún día para contemplar el desierto con una pizca de picante en los ojos.
martes, 31 de agosto de 2010
ADIÓS, COMPAÑEROS, ADIÓS

Sólo quería invitaros a té moruno. Sé que el calor aún aprieta, pero la menta es refrescante.
Me temo, sin embargo, que lo del harén no va a ser posible. A mi mujer no le excita.
Hasta la vista.
lunes, 23 de agosto de 2010
BENEDETTI Y BUNBURY
Cuando acabé de leer La tregua, la novela más universal de Benedetti, me quedé planchado. ¡Coño, es que es un dramón!
Su protagonista es un viudo cincuentón cuyo único interés en la vida es que le queda poco para jubilarse. Cuando menos lo espera, se enamora de una empleada de su oficina. Ella le corresponde y comienza un periodo de dicha que creyó no volver a experimentar jamás.
Ahora, tras reposar la historia, entresaco un mensaje positivo: la vida es una maravillosa tregua. Carpe diem. Aprovecha el momento. Enrique Bunbury lo resume perfectamente en tres versos de su conocido tema Infinito:
Me calaste hondo y ahora me dueles,
si todo lo que nace perece del mismo modo
un momento se va y no vuelve a pasar.
jueves, 12 de agosto de 2010
ETERNO BUKOWSKI

Hay una bibliotecaria estrecha y otra seria. El ying y el yang. La seria no se inmuta lo más mínimo y comienza su búsqueda en el ordenador. La estrecha escupe:
—Ese libro no lo tenemos. (Le ha faltado añadir: esta es una biblioteca decente.)
Sin dejarme amilanar por el feliz comentario, replico con ironía:
—Pues lo he mirado en internet y figura en esta biblioteca. Debe de ser una broma de mal gusto.
Al cabo de unos segundos, la seria encuentra el libro y manda a la otra.
—Vaya, pues si estaba —regresa con el rabo entre las piernas y el ejemplar.
—Un mes, ¿no? —pregunto saboreando las palabras.
lunes, 2 de agosto de 2010
ALGO EN COMÚN

Veo fantasmas y me poseen constantemente entidades del más allá. Necesito que mi pareja crea más en mí.
Hace cuarenta años fui abducida por los selenitas. Me gustaría regresar para un nuevo examen anatómico.
El rey, la reina y la princesa siguieron con sus cavilaciones mientras sonreían a los fotógrafos.
miércoles, 21 de julio de 2010
SALUD PÚBICA

Casi todos los escritores hemos afrontado alguna vez una historia de temática erótica, pues el deseo es algo consustancial al hombre. No es fácil elegir las palabras adecuadas sin caer en los tópicos, no es sencillo provocar orgasmos en la imaginación sin derivar en orgías.
Las historias compiladas en este libro ofrecen un estímulo medido, una descarga apropiada, una caricia insólita en el panorama literario. Son, me atrevería a decirlo, un servicio de salud púbica.
Existen dos formas de acercarse al fenómeno erótico. La primera es la sugerencia: “Lo que recuerdo de ti es cómo caía el pelo por tu espalda cuando hacíamos cosas que aún me quitan el sueño”. La segunda es el desparpajo: “Desde entonces soy multiorgásmica, soy una adicta al sexo, a su sexo, a sus caricias, a sus dieciocho centímetros que me llenan el alma y el coño”. Entre medias, un amplio catálogo: la versión erótica del cuento de Blancanieves, una Bolsa que sube debido a la inflación, una fantasía sexual que tiene que ver con flores…
Sólo hay una forma de acercarse al amor: por la vía de la sinceridad. En este sentido, el microrrelato “La primera vez en once palabras” consigue emocionar pese a la crudeza de su pincelada. Otros cuentos más idealistas hablan de reconciliaciones en medio de auténticas guerras frías.
A pesar de algunos errores de sintaxis: “Se saciaba hasta verme gritando”, si tuviera que expresar en una frase lo que siento por este libro diría: “Te odio porque si algún día me faltas me pasaré la vida intentando encontrar a alguien como tú”.
lunes, 12 de julio de 2010
CAMPEONES

Ayer sufría las entradas holandesas a nuestros jugadores y me preguntaba si aquello era fútbol o rugby. Sentía vergüenza ajena ante el arbitraje de una final del mundo. Aquello era un intento de sabotaje, un atentado terrorista en toda regla, un regreso a la oscura Edad Media.
Hoy me he levantado con el cuerpo dolorido y he asaltado el primer quiosco abierto. He rastreado los periódicos, pero todo eran eufemismos. Que si el juego de Holanda fue un pelín brusco, que si somos campeones del mundo a pesar de la obstrucción del rival, que si el zapatazo en el pecho a Xabi Alonso era un gesto de cariño…
Sinceramente, prefiero el baloncesto. El juego sucio se sanciona rápidamente con faltas personales.
Esto no significa que no esté contento con la victoria de “La Roja” y que no lo haya celebrado con un chapuzón en la piscina de unos amigos, tras una llamada a ese padre pletórico. Mi padre. El verdadero campeón.
Pero lo más emocionante de la jornada de ayer fue que mientras acudía a la plaza de los Luceros de Alicante en el coche de un amigo, varios desconocidos me dieron la mano. No éramos ni vascos, ni catalanes, ni valencianos. ¡Éramos españoles!
Y si a alguien le molesta, que se vaya con Holanda.
viernes, 2 de julio de 2010
GMS
Óscar introduce la dirección. El GPS dice: “Tuerza a
la derecha por la calle Planelles”.
Óscar no conoce la calle Planelles y se mete por la
calle Asturias.
El GPS dice: “¿Con 30 años y no te sabes las calles
de tu ciudad? Pues ya va siendo hora”.
—¿Encarna?
—Sí, hijo, soy yo. Te dije que jamás te abandonaría.
—Pero… ¿cómo? Estás muerta.
—Reencarnación.
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