Oscurece y refresca. El taxista, animado ante la perspectiva de una carrera en domingo, nos pregunta de dónde venimos. Yo le pregunto, a su vez, si el hotel queda lejos. Demasiado tarde descubrimos que a tiro de piedra y que nos ha soplado un ojo de la cara.
Entramos en el hotel jurando en arameo, y el recepcionista, que ya se huele el percal, no puede evitar una sonrisa. En parte buena gente, en parte solidario a la hora de sablear al turista nos sugiere un restaurante para cenar. Se le conoce por el Bu y se ubica en un miradero. Es el momento de relajarse ante una cerveza, de dejar atrás trabajo, hijos y responsabilidades.
Amanece y aún refresca, aunque la noche ha sido más bien calurosa. Mi mujer advierte que la ducha pierde agua y, al informar del problema, nos cambian de habitación. La nueva está al final del pasillo y a mí se me antoja más tétrica. Posee un ventanuco a ras de suelo por donde circulan piernas bien torneadas o pantorrillas pilosas.
Toledo, a la luz del día, carece del embrujo con el que sus callejuelas empedradas y sus farolas de oro acogen al noctámbulo, mientras el eco de las pisadas sugiere un silencio sepulcral. De vez en cuando te giras por si te sigue alguien: es la cercanía de tu propia sombra.
El casco antiguo toledano tiene su punto de partida en la plaza Zocodover, de la cual nacen tentáculos repletos de tiendas consagradas al turista. Da lo mismo que te escondas. Tarde o temprano te engullirán. Un trenecito infantil da paseos a quienes prefieren no andar, pero es mejor ir a la aventura. El primer destino obligatorio es la catedral. Escogemos una oferta que incluye visita guiada a la misma, una iglesia, una sinagoga y un monasterio.
El guía narra la historia de la catedral con una fina ironía que se agradece. Me impresiona la profunda tristeza de las pinturas del Greco, un artista incomprendido en su época. En la sinagoga de Santa María la Blanca una monja muerde una manzana mientras espera que alguien le compre un souvenir. Curiosa imagen que demuestra que en Toledo conviven tres culturas: la judía, la cristiana y la musulmana.
Hablando de comer, nos ha salido al paso un restaurante árabe llamado La Casa de Damasco, habilitado en una antigua cueva. Perdemos la cabeza ante la perspectiva de un té moruno.
Por la tarde visitamos algún museo, que los hay a patadas, esperando con ansiedad de vampiros la caída del sol. Hemos reservado una ruta nocturna por el Toledo misterioso.
Con pulsera acreditativa de la excursión, que hay mucho fantasma, nos ponemos en camino. Tras salvar algunas cuestas, el guía se detiene bajo el techo de un cobertizo. Relata la truculenta forma de averiguar si una mujer era bruja en la Edad Media, que consistía en lanzarla al río. Más adelante paramos en el número 17 de la calle del Duende, que nadie quiere habitar pese al alquiler ridículo. Allí vivían dos solteras que pasaron a mejor vida y dejaron la casa a su ama de llaves. Todo fue bien hasta que la señora sorprendió a las antiguas dueñas durante un paseo espectral.
A estas alturas de la ruta, me acuerdo de mi amigo José Luis Ruiz Dangla, cuya silla de ruedas haría furor por los tortuosos callejones de Toledo. De vuelta a la realidad, descendemos a otra cueva, situada esta vez en una propiedad particular. El guía porta una linterna enorme para evitar cualquier apagón. Nos cuenta que aquel era refugio de intelectuales que gustaban del vino y la juerga. También deambulan por sus corredores una mujer de blanco y dos infantes, con quienes jugaban los hijos del anterior propietario. La dueña de la casa prefiere esperar arriba.
Como epílogo, el cabroncete del guía se ofrece a informar a quien le interese si su hotel alberga un fantasma. El nuestro no tiene premio, pero entre las luces que se encienden automáticamente, el pasillo en penumbra y el piloto rojo de la televisión paso una auténtica noche toledana.
La claridad de la mañana disipa las sombras, aunque no las de la concejal socialista de Los Yébenes, cuyo calentón grabado en vídeo algún envidioso ha colgado en la red. Para huir de la erótica del poder, decido practicar algo de senderismo por la orilla del Tajo. Encuentro una balconada artificial al seguir a un grupo de adolescentes risueños. Discurre a varios metros sobre el río, donde pescan jóvenes anclados como juncos o entre peligrosos peñascos. Al final me aguarda una especie de estanque que habitan cientos de patos. Si lo viera un chino…
Quedan las últimas compras, de las que me desentiendo, aprovechando para gozar de un paseo sin rumbo ni dirección. Aún andaría extraviado por el casco antiguo de Toledo si una figura meditabunda con un libro bajo el brazo no me hubiera preguntado la hora. Esta vez alcanzamos la estación de autobuses a pie, y literalmente nos desplomamos sobre los asientos.
Magnífica guía este texto, para mi próximo viaje a Toledo, que quiero que sea bien pronto.
ResponderEliminarTienes razón, debe haberse quedado con todo el desnivel, porque la llanura de Castilla puede llegar a ser abrumadora :)
Un abrazo.
Eh, mis vacaciones también fueron allí :) Lo cierto es que la pulserita da para mucho, pero los horarios... en fin.
ResponderEliminarPreciosas callejuelas. Me quedo con una librería antigua encantadora, en la que me hice con algunas joyitas.
Buena crónica, Jose. Es evidente que disfrutasteis de Toledo en toda su intensidad. A mí es una ciudad que me encanta, y no recuerdo cuántos años hace de mi última estancia allí, pero lo que no recuerdo para nada es la escalera mecánica, ¿es nueva?
ResponderEliminarSi llego a saber que ibais a Toledo de vacaciones te hubiera encargado algún saludo para editorial Ledoria, que tiene allí su sede y espero que pronto comiencen a trabajar con mi novela "El perfil de los sueños". Mira, quizás esto sea una excusa para volver pronto.
Un abrazo.
Estuve en Toledo hace unos años, ten´´ia un solo d´´ia para verla y me pas´´e el d´´ia subiendo y bajando cuestas y escaleras, pero mereci´´o la pena, me gust´´o mucho.
ResponderEliminarA vosotros siempre os pasan an´´ectodas!! mi visita fue turismo, turismo, turismo. An´´ecdotas 0.
MEnuda gu´´ia de viaje!!!!
Besotes
Ya lo dice el dicho, María, ancha es Castilla, pero toda regla tiene sus excepciones y son unas excepciones excepcionales.
ResponderEliminarUn abrazo.
Lo sabía, Carmen, radio macuto funciona a la perfección, y me tienes que contar esas extrañas utilidades que les diste a las pulseras.
ResponderEliminarUn abrazo.
La escalera mecánica tendrá poco tiempo, sí, pues aún andaba llena de polvo. Mecachis, con lo bien que me caen los editores, siempre con su calculadora bajo el brazo.
ResponderEliminarFelicidades.
Un abrazo.
Anécdotas pocas, MaryLin, lo que ocurre es que yo soy un turista accidental... de los que viajan poquísimo y cuando salgo me llevo la boina calada.
ResponderEliminarUn abrazo.
Jose, no he estado en Toledo pero creo que no nocesito pasar por Información y Turismo para hacerme con la guía para cuando pueda visitar dicha capital. Entre tu magnífica visión y la complementaria de mi hijo pequeño, que estuvo hace mes y pico, ya tengo ese tema resuelto.
ResponderEliminarGracias por traernos como recuerdo el relato tan detallado, y con esos comentarios tan a tu estilo que tanto nos gustan, de esta escapada vacacional. Se os ve muy bien.
Un abrazo.
Encantado, Alicia, de haberte ahorrado una guía de turismo, que, dicho sea de paso, sólo sirven para perderse.
ResponderEliminarEn cuanto a las fotos, te mando alguna más para que luego no digas.
Un abrazo.
Este es uno de los lugares a los que quiero ir. Ya tenía buenas referencias de Toledo y tu texto las rubrica.
ResponderEliminarUn saludo, José.
Te aconsejo buen calzado y buenas piernas. El alquiler de alguna casa encantada está muy barato.
ResponderEliminarUn abrazo.