Durante un viaje a Bilbao, una amiga me hizo una foto con Pedro de Andrés en las escaleras que conducen a las entrañas de un barco pesquero varado. Quién iba a decirme que aquel tipo tenía una imaginación de mil demonios capaz de impregnar de salitre las páginas de un libro. Pocas veces he leído una novela tan intensa como La balada de Brazodemar (ediciones Cívicas, 2015).
El Censor de Glastombide, una especie de guardián de la moral y las buenas costumbres cuya vida transcurre en un «equilibrio perfecto», se vuelve de la noche a la mañana un monigote en manos de una mujer llamada Avaniera. Sin saber cómo ni por qué, la pelirroja ejerce un control mental que lo obliga a complacer sus deseos. Pese a lo anómalo de la situación, ambos se sienten irremediablemente atraídos el uno por el otro. La tensión sexual es palpable. Esta metáfora del amor en su vertiente más posesiva acabará cuando el juez, como Robinson Crusoe, naufraga en una isla. Allí conoce el amor verdadero al lado de Nenue, una indígena de la tribu de los Almokiwiki.
Quizá pienses que no puede caber más amor en el corazón de un hombre, pero enrolado ya como marinero en el Aurora Errante tiene una relación más que amistosa con Gavlan, su capitán. Estas experiencias convierten a Brazodemar —nombre con que le bautiza Nenue— en un personaje que evoluciona de la moral más rígida a la mente más abierta.
Tal vez te estés preguntando ahora mismo cómo un juez, por arte de birlibirloque, se transforma en un experimentado marinero. Incluso en cazador de ballenas. Pedro de Andrés recurre a lo fantástico para solventar este escollo. Brazodemar posee un tatuaje que le proporciona toda clase de conocimientos náuticos. Esta mezcla de realidad y fantasía puede no gustar a todo el mundo, pero resulta tremendamente original.
Lo nuevo convive con lo antiguo en la admiración por Moby Dick, patente no solo cuando Brazodemar se embarca en un ballenero llamado El Azote, sino también cuando el libro rinde homenaje a este clásico de una forma que no puedo desvelar. Sin embargo, no deberíamos desdeñar la huella de Los viajes de Gulliver o La narración de Arthur Gordon Pym. De hecho, el lenguaje deliberadamente envejecido produce la sensación de una máquina del tiempo literaria.
La novela es el género al que aspira todo escritor, pero creo que nada supera a la sencillez y la concisión de un buen cuento. Pedro de Andrés lo sabe porque cultiva ambos géneros. Por eso, no le extrañará que este humilde lector llegue a sentirse abrumado por tanto personaje, a perder el hilo de la historia. Por momentos, se hace larga.
La balada de Brazodemar no aplaca a la horda de amas de casa insatisfechas ni falta que le hace. Conecta con nuestro espíritu aventurero, con el erotismo, con los orígenes del hombre. Espero que te agarres bien. La travesía va a comenzar.