La gente estaba cambiando. Eso lamentaba Miquel hasta que se dio cuenta de que el proceso se había vuelto irreversible, como un cáncer terminal.
Al principio, solo unos cuantos radicales se atrevían a cuestionar la autoridad y el orden. El gobierno les tachaba de locos o, peor aún, vaticinaba que pronto se les olvidaría. Fue estúpido subestimar su poder, su capacidad de inmolación propia de kamikazes.
Poco a poco, empezaron a proliferar individuos con lemas y discursos que, en aras de la libertad, apestaban a ideología nazi. Quien no pertenecía a su club, era fascista. Incluso se comenzaron a elaborar listas de personas en contra de la independencia.
Poco a poco, empezaron a proliferar individuos con lemas y discursos que, en aras de la libertad, apestaban a ideología nazi. Quien no pertenecía a su club, era fascista. Incluso se comenzaron a elaborar listas de personas en contra de la independencia.
El futuro era siniestro. Por eso Miquel subió al tren aquella noche junto a su familia. Dejaba atrás Xàtiva, que era lo que más quería. Deseaba que sus hijos aprendieran castellano y valenciano.
Más cuentos terroríficos en el blog de Teresa Cameselle.