miércoles, 17 de mayo de 2017

LOBO EN TÁNGER (I)


Moría la tarde en la estación de autobuses de Algeciras. Parapetados tras una isla de maletas y bolsos de viaje, cada cual hablaba por el móvil con sus seres queridos. Después de muchos contratiempos, regresábamos a casa en el autobús de las once de la noche.

Formábamos un grupo de lo más variopinto: las jóvenes Patricia y Naidu tenían una vitalidad contagiosa; las veteranas Cristina y Mari iban siempre a la greña; mi mujer y yo echábamos de menos a los críos. Acabábamos de asistir a la boda de una amiga común en Tánger.


Chaimae, antigua alumna de la academia, le dijo un día a mi mujer que se casaba en su país. Ella respondió que iría si la invitaba. Aquí empezó a gestarse un viaje con aroma a cúrcuma y a té moruno. No era la primera vez que cruzábamos el Estrecho de Gibraltar, rumbo a Marruecos.

El 11 de abril salimos de la estación de Alicante más contentos que unas pascuas. Viajamos toda la noche hasta Algeciras. Allí tomamos el ferry que nos llevaría a Tánger. Dicen que Bunbury escribió la letra de «El extranjero» a bordo de uno de esos barcos que unen España con Marruecos. Al principio de la canción, suenan unas gaviotas idénticas a las que contemplé en el puerto de Algeciras.

El sol de Tánger y la vigilia generaron en mi cabeza una bruma espesa como el humus. Supongo que al resto le ocurría lo mismo. Habíamos quedado con Chaimae en el puerto, pero se retrasaba. Al poco, un coche frenó a nuestro lado. Y luego otro detrás. Eran los hermanos de la novia. Aquello parecía un rescate de película.

Recuerdo que, después de presentarse, Yassir Belkaid preguntó por el viaje. Mari Carmen y yo soltamos un «uf» tan triste que fue acompañado de una alegre carcajada por su parte. Durante el trayecto en coche, me bebía las calles con los ojos. Mientras charlábamos, propuso descansar antes de ir al hotel. No me arrepentí, aunque lo que deseaba era una buena ducha. Fuimos al Hafa Café, un conjunto de terrazas en una colina frente al mar.

No es cualquier sitio. Si hacemos caso a la canción homónima de Luis Eduardo Aute, en una de esas terrazas Mike Jagger le robó la novia al cantautor bajo los efectos del hachís. Nosotros nos limitamos a beber té moruno, quizá el mejor que he probado nunca. Más tarde, Yassir comentó que cuando quisiéramos nos llevaría al hotel. «Ya», contestamos. Miró el reloj significativamente y dijo: «Diez minutos más».

A la mañana siguiente, Jueves Santo en España, establecimos algunas rutinas necesarias para los cinco días de estancia en Tánger. La primera fue desayunar en el Café Le Normandie, a pocos minutos del hotel. Solíamos pedir dos menús que incluían café con leche, varios panes tostados con tomate natural y aceite, bollería variada, mermelada, miel, dos botellas de agua, dos yogures, y en ocasiones un platito de olivas. Todo a un precio irrisorio.

El reto de la jornada era encontrar un teléfono público. Las compañías se aprovechan cuando llamas desde otro país, así que llevábamos los móviles de adorno. Subimos por la Rue Angleterre hasta alcanzar una gasolinera situada en una encrucijada de avenidas. Bajo los soportales de un piso, había cambiado euros por dírhams la tarde anterior. Mientras mi mujer hacía lo propio con su dinero, yo di con ese teléfono. Compramos una tarjeta de prepago por dos o tres euros. Veinte o treinta minutos para decir a la familia que estábamos de puta madre.

La mayoría de las tardes, mi mujer desaparecía para asistir a actos relacionados con la boda. Por ejemplo, la fiesta de la henna. Aunque no lo creas, allí las bodas duran varios días y, por extraño que parezca, los hombres están separados de las mujeres en muchos momentos. Eso me permitía pasear a placer por las calles de Tánger, mezclarme con la gente como uno más. Observar y ser observado. En una de aquellas excursiones, descubrí la Plaza 9 de Abril (también llamada Gran Zoco). Sentados alrededor de la fuente pública de esta plaza o tumbados en los jardines de la Mendoubia, los tangerinos se entregan a una de sus aficiones preferidas: no hacer absolutamente nada, dejar pasar el tiempo. Algo que sacaría de quicio al más templado de los hombres. Anduve un rato curioseando la programación del Cinema Rif, pero pronto crucé la puerta que daba paso a la medina (el barrio antiguo).


6 comentarios:

  1. Siempre he tenido ganas de ir a Marruecos, pero hasta la fecha no he podido hacerlo. Me encanta como cuentas las cosas y tomaré nota de los lugares que mencionas para cuando consiga ir. Además, conocer gente que te enseñe la cultura y las tradiciones del país es una gran suerte.
    Estoy deseando que nos cuentes la segunda parte!
    Un beso

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    1. Viajar a Marruecos te calará hondo, ya lo verás. No en vano es el Primer Mundo del Tercer Mundo. Allí aprendes a valorar cosas que en España se dan por hechas.

      Un abrazo.

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  2. Siempre os cunden mucho vuestras escapadas; una experiencia preciosa. Espero la siguiente parte y que hayan más viajes en el futuro.

    Un abrazo para ambos.

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    1. Nuestros viajes son tan anodinos como los del común de los mortales. Lo que pasa es que, al recrearlos, aparecen detalles en los que no habías reparado.

      Un abrazo.

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  3. Qué viaje tan interesante, Jose. Yo también estoy deseando que nos cuentes más, sobre todo tengo mucha curiosidad por saber cómo se celebran las bodas en Tánger. Ya nos sorprenderás.

    Un abrazo.

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    1. Entonces la segunda parte te fascinará, porque cuento pinceladas de la boda (hecha por y para mujeres). No me dejaron ver mucho, aunque ignoro si por mi condición de hombre o escritor.

      Un abrazo.

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