miércoles, 7 de mayo de 2014

LA FIESTA














   
     —Venga, cariño, arriba —dijo la madre subiendo la persiana del dormitorio.
     —¿Qué hora es, mamá? —contestó frotándose los ojos.
     El reloj marcaba las siete de la mañana. A las once era la ceremonia. El tiempo justo para arreglar a la niña.
     —Es tu gran día. ¿Qué más da la hora que sea?
     Adela quería que su hija tomara la Primera Comunión hiciera sol o cayeran chuzos de punta, por imposiciones familiares más que por convencimiento. A Paco le daba lo mismo, así que no se opuso.
     Blanca se dejaba peinar con la mirada perdida en el vacío. Pronto ese vacío se llenó de muñecas a las que estaría abrazando, de casitas que estaría pintando, de consolas a las que estaría jugando si no fuera por esa dichosa fiesta. Su primera cita con Jesús.
     Era guapo ese melenas, pero no entendía el sentido de embutirse horas y horas en un vestido blanco para hacer algo tan simple como comer un trozo de pan. Añoraba sus pantalones vaqueros.
     El ordenador de sus padres estaba encendido. La oportunidad ideal para revolver en sus cosas cuando la pesada de turno se cansara de arrancarle la cabellera como un Sioux.
     Sonó el móvil.
     —Ahora vengo, cariño, no te muevas, ¿vale?
     Blanca tuvo que admitir, tras un breve examen, que su padre no guardaba oscuros secretos entre sus archivos. Ni siquiera pequeños deslices, como alguna foto comprometida de la adolescencia. Sólo informes incomprensibles para la oficina. En cuanto a su madre, todo eran recetas de cocina.
     Hasta que se dio de bruces con algo que la marcaría para siempre.
     Adela regresó con los nervios a flor de piel tras recibir una llamada del restaurante en la que le comunicaban una ligera subida en el precio acordado. Retomó el peinado de su hija con tal violencia que le arrancó un grito estremecedor y varios mechones de pelo.
     —La vas a dejar calva —saludó Paco mientras se repantigaba en el sofá con un periódico.
     —No me hables, no me hables —replicó Adela—. Estoy que echo humo. Mientras tú vives como un rajá, yo tengo que lidiar sola con este infierno.
     Entonces fue cuando Blanca se levantó de la silla, miró a su madre como si fuera a quitarle el peine y dijo:
     —Quiero que me maquilles.
     Pidieron que lo repitiese, aunque la habían oído con claridad cristalina. Era para asegurarse de que estaba loca.
     —Que quiero que me maquilles. Como la niña de la foto.
     —¿Qué foto? ¿Qué dices?
     —La de tu cartera, papá.
     Las mejillas del hombre ardieron. Por la mente de Adela cruzó el fantasma de que su marido fuese un depravado, uno de esos cerdos que se excitan con fotos de chiquillas desnudas.
     Entretanto, Blanca sacó tranquilamente la foto del bolsillo y se la pasó a su madre.
     —¿Ves? Me encanta cómo va maquillada esta niña. Quiero lo mismo.
     —¿Qué clase de broma macabra es ésta? —dijo Adela recuperando la confianza en su marido y perdiéndola definitivamente en los hombres.
     —A mí me gustaría saber quién te ha dado permiso para registrar carteras —la riñó Paco.
     —Te la dejaste abierta…
     —Abierta, ¿eh? ¿El cajón también estaba abierto?
     El silencio fue elocuente.
     Con signos de estar a punto de sufrir un ataque de nervios, Adela suplicó al rajá que hablara con ella. Blanca se negaba a tomar la Primera Comunión si no le consentían su capricho. Era tozuda como una mula. Y, encima, se creía mayor.
     Paco se sentó en el lecho. Acarició su cabeza, que descansaba como una mina sobre la almohada, despeinándosela adrede.
     —No entiendo por qué ella sí y yo no —refunfuñó.
     —Es muy sencillo. Esa niña no va a tomar la Primera Comunión.
     —¿Cómo que no? —le miró incrédula.
     —Es de veras.
     —Pero lleva un vestido idéntico al mío.
     Aún hoy, cuando recuerda aquel día, Paco se pregunta por qué no inventó cualquier cuento. Era el camino más fácil.
     —Blanca, mira la foto con atención, ¿no ves nada raro?
     —Sí, ahora que lo dices, no veo a ninguna mamá. A todas esas niñas las llevan sus papás de la mano. Incluso a la maquillada.
     —¿No las notas un poco… asustadas?
     Todavía se estremece al recordar cómo la pieza que faltaba en el puzle no acababa de encajar en la cabeza de su hija. Y él sudando sangre para no traumatizarla el resto de sus días.
     —No son sus papás.
     —Cállate —intervino Adela—. Prefiero que no tome la Comunión a que se entere de la mierda de mundo en que vive.
     —Quizás debería saberlo para actuar —se defendió el hombre.
     —¿Actuar? —dijo sarcástica.
     Blanca, aburrida de los rodeos de sus padres, mostró el reloj. Eran las once menos cuarto. Ahora los niños asustados eran los mayores.
     —Decía, hija, que no son sus padres.
     —¿Sus primos? —preguntó con ingenuidad.
     —Sus novios. Van a casarse con ellas.
     Paco sintió alivio al soltarlo. Era un perro que le estaba mordiendo desde el día en que contempló la foto. Blanca imitaba la que debía ser su expresión: la de un payaso descorazonado.
     —Pero… ellas son… sólo son…
     —Unas niñas.
     Afortunadamente, Blanca tomó la Comunión, con flor en el pelo y ligeramente maquillada. Parecía feliz, riendo con sus amigos, comiendo pastel, manchando el vestido inmaculado de barro.
     Pensaron que lo había olvidado todo.
     Una tarde salían de unos grandes almacenes. Sus padres le regalaban su primer sujetador.
     Había tres chicas en la parada de autobús. Pretendían demostrar que eran mayores con zapatos de tacón, trajes ceñidos y una gruesa capa de polvos de talco.
     —¿Recuerdas el día que quisiste pintarte? —bromeó Adela, pero enseguida se arrepintió.
     Paco presintió que la niña maquillada de la foto cobraba vida. Gritaba que no quería ser mayor, que hubiera matado por un ratito más con sus muñecas. Y entonces se alegró de haberle contado la verdad.
     Blanca se plantó delante de ellas y dijo:
     —¿Adónde creéis que vais? ¿A una boda?
     Las chicas se miraron extrañadas y, dándole la espalda, siguieron hablando de sus cosas.

Atlantis, 2012

14 comentarios:

  1. Como para ponerse a temblar... Aunque no es de miedo, da. Un cuento.

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    1. Da miedo porque no se trata de monstruos de dos cabezas ni de vampiros. Son personas como tú y yo.

      Un abrazo.

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  2. Terrible. Aunque la noticia que circuló en su momento con esas imágenes haya querido ser desmentida, lo que a diario resulta ser prueba de esas costumbres, manifiesta que al menos había mucho de verdad, por lo que vale la evocación.
    Saludos,.

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    1. La foto me la mandó una amiga y no lo podía creer. A veces toca ser meros testimonios de la realidad. Gracias por leerme, Neo.

      Un abrazo.

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  3. Este relato me deja siempre con el estómago revuelto, las lágrimas a medio camino y la cabeza llena de horror. Somos "antropófagos racionales".

    Ayer me cuestioné el valor de la literatura de ficción. Sin duda, somos tan primitivos que seguimos necesitando cuentos para aprehender la realidad.

    Gracias por el garrotazo. Vuelvo a la pluma.

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    1. Es complicado encontrar un equilibrio. La realidad nos derriba y la ficción nos hace volar. Que no falten los amigos.

      Un abrazo.

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  4. Eso de que la realidad supera la ficción, a veces resulta ser una terrible verdad.
    Con este adelanto, estoy deseando leer el resto.

    Un abrazo.

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    1. La realidad siempre es más cabrona que los cuentos, porque no permite soñar con un mañana mejor. Ojalá sea una lectura entretenida.

      Un abrazo.

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  5. "Prefiero que no tome la Comunión a que se entere de la mierda de mundo en que vive".

    A veces por proteger a los hijos; otras por protegernos a nosotros mismos, damos la espalda a los verdaderos problemas del mundo, que solo contemplamos a través de fotografías. Terrible.

    Un abrazo.

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    1. La Comunión es un rito de iniciación en el mundo adulto, pero tan descafeinado que las verdaderas preguntas están por plantearse. ¿Estaremos nosotros ahí para tratar de responderlas? Espero que sí.

      Un abrazo.

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  6. Jose, jamás entenderé esas reglas de juego de algunos que permiten que los que tienen realmente que jugar dejen de hacerlo.

    Fue un texto muy logrado.

    Un abrazo.

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    1. Gracias, Alicia. Creo que la inocencia se debe preservar a toda costa, pero sin mentir a los chavales.

      Un abrazo.

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  7. La Comunión es lo que menos me preocupa, Jose, lo que sí pienso es que a nuestros hijos no podemos ocultarles la mierda de mundo en que viven, o tal vez debamos intentar de algún modo que sea menos mierda.

    Un abrazo

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    1. La clave es actuar con naturalidad, ni dar detalles escabrosos ni contarles que el cielo es azul. Huelen las mentiras.

      Un abrazo.

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