Como no podía ser de otro modo, me despido de todos y de todas ustedes con el último pelotazo de Enrique Bunbury. Espero que no me odien mucho por ello.
Feliz Navidad.
Mis amigos dicen que me dedico a vivir del cuento. No he escrito ninguna novela porque me parece un género poco comercial.



El 20 de febrero de 2011 se inauguró Netwriters, el Trasatlántico, como cariñosamente lo denomino, mediante una maratón de escritores de distinta procedencia, condición y estilo. Relato, poesía, novela, ensayo o simplemente pensamiento se dieron la mano en este acontecimiento que ya es Historia de la Literatura y de Internet.


Claudia era una atractiva doctora de treinta y ocho. Aunque éramos vegetarianos, basábamos nuestra relación en la carne.
Mi peluquero habitual perdió a su madre de la noche a la mañana, así que mientras me cortaba el pelo le sugerí:

Odio especialmente el conocido programa de televisión Saber Vivir, porque nos da las pautas para llevar un vida sana, pero no se ocupa en absoluto de lo que nos hace felices.
Ayer una importante librería alicantina fallaba un premio de relato corto en el que un servidor había invertido tiempo e ilusiones. El premio fue declarado desierto por falta de calidad literaria.
Aster Navas, escritor y compañero del foro literario La Nieve, publica Cuentos para leer en el ascensor, una antología de microrrelatos que seguro dará qué leer. Y además lo hace en formato digital, porque la literatura está cambiando.
Quizás la vida es un cúmulo de coincidencias. Escribo estas líneas en el mes de marzo, fecha en la que presenté mi primer libro de cuentos, para presentar Fantasmas de Kesington (Neverland, 2011), la nueva novela de J. D. Álvarez, mi editor en aquella aventura.
Si lo piensas fríamente, el zombi más famoso del mundo era un alienígena.
¿Os acordáis de "Luna"? La presenté al I Premio de Microrrelatos Temáticos Hipálage, por si sonaba la flauta, y ya forma parte de la antología Amigos para siempre, que se publica en el mes de abril. De todos los chuchos que he tenido el disgusto de encontrar en mi vida, Luna era el más astuto. Jamás me pidió una caricia. Yo no era su dueño; sólo pasaba por allí de vez en cuando. Creo que fue esa resignación lo que acabó derribando los muros infranqueables de mi antipatía.
La otra madrugada dejó de latir su corazón. Le explotó en el pecho. Lo tenía demasiado grande. Tanto que jamás me pidió nada. Bueno, sí, algo de desayunar por llevarme la contraria.
El mundo literario está habitado por escritores de todos los pelajes. Es una fauna donde, en ocasiones, abunda el don de la palabra hueca, cuando no directamente la diarrea verbal. También campa a sus anchas el deprimido que te regala una cuchilla de afeitar en cada línea o el inteligente que te obliga a consultar el diccionario como un niño de primaria.
Mi lugar preferido de lectura es el cuarto de baño. Allí me parto con los artículos de Quim Monzó o me siento más próximo a la gente con los de Lucía Etxeberría o Ángeles Caso. Colecciono suplementos.
Hace pocos días, concretamente el 20 de febrero, algunos escritores botaban el trasatlántico Netwriters, una zona de encuentro para amantes de la palabra en todo el mundo. Y fíjense que no digo escritores, sino amantes de la palabra, pues una buena amiga me expresó sus dudas de si le estaría permitido participar en tan selecto club. Quede claro, por tanto, que las puertas de Netwriters están abiertas a cualquier persona interesada por la cultura, sea escritor profesional o novel, poeta famoso o maldito, editor loco o cuerdo.
Hace dos semanas que mi hija empezó la guardería.
Hoy en día no es raro encontrarse híbridos como el flamenco chill out de Chambao o el flamenco tecno-pop de Camela. Sin embargo, el mutante jefe es Kiko Veneno, un músico nacido en Girona pero sevillano de adopción, que sirve un cóctel de flamenco, rumba catalana y rock.
El camarero me habló al oído, pese a que la música no estaba demasiado alta.
Si 2009 fue el año de la locura de publicar el primer libro, 2010 ha sido el año de disfrutar escribiendo sin que nada ni nadie me moleste. Un auténtico lujo.
Esther Planelles Arráez, una escritora con mucho talentoEn todo el orbe no existía soberano más sabio y justo que el gran Rey Fuego; sus edictos eran acatados, y sus deseos, complacidos. Nada ni nadie osaba contradecirle, nadie ni nada detendría jamás el elegante gesto de su real mano.
Dos regios días pasaron sin luto ni disgusto, pero la tercera noche del tercer día, el soberbio soberano recibió la desagradable visita del espectro del pantano. El muy bellaco flameaba sobre el Trono de Volutas embistiendo y chamuscando a su noble alteza; en un arrebato de furia, el Rey Fuego alzó su real cetro y atravesó al infame demonio.
De todos es sabido que no se pueden cazar moscas a pedradas, ni apagar fuegos fatuos a garrotazos –por muy reales que sean–; el espectro, pues, descargó su ira sobre los súbditos del Rey lanzándoles una plaga de pestilencia pulmonar. Y como sin vasallos no hay reino, el rey fatuo quedó consumido por la venganza de un fuego fatuo mancillado.